Lo baila mi mulata con las bragas en la mano (…) Uno: el brikindans, Dos: el crusaíto Tres: el maiquelyason, Cuatro: el robocop».
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Inolvidables estrofas que ... a ritmo de perreo, y con atrezo inspirador de toreo, cantaba en el año 2008, un extravagante Rodolfo Chikilicuatre, que finalmente obtenía el cuarto puesto en festival de Eurovisión. Dudo que después de aquello nadie con sentido común se atreva a hablar de calidad, de interpretación vocal, de autenticidad y de buen impacto emocional como parámetros tenidos en cuenta en las canciones que representan a España. ¡Y de aquellos barros estos lodos! A estas alturas a nadie debería sorprender que la canción 'Zorra' nos represente y pretenda conseguir para nuestra nación el ansiado galardón.
Esta España nuestra, tremendamente vocinglera en aquellos temas en los que «tampoco nos va» y tan silenciosa en los que «tanto nos jugamos», parece responder bien al aforismo romano «al pueblo pan y circo». Y el circo lo tenemos continuamente montado.
La absurda puesta en escena de dos señores que nos muestran sus nalgas apretadas bajo un sugerente cuero negro, combinable con el fulgor de su tez cular, que se mueven insinuantes mientras escoltan a la cantante coreando el «zorra, zorra», nos lleva a preguntarnos si esto es meramente anecdótico o si realmente gran parte de la sociedad entiende que la igualdad entre hombres y mujeres pasa por copiar conductas machistas en lugar de erradicarlas.
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La letra de la canción parece haberse convertido en cuestión de Estado. Tanto que esta semana nos hemos olvidado de Gaza, de Ucrania, de la ley de amnistía y traspasando fronteras parece ser que «nuestra zorra» adquiere más interés que el estado de salud de Carlos III. Nuestra nación tiene un conflicto civil abierto: de un lado están quienes se rasgan las vestiduras porque un término con uso humillante y denigrante pretenda abanderar reivindicaciones feministas, y de otro lado, quienes entienden que resignificar las palabras que se esgrimen para denigrar y humillar logran el efecto contrario, evidenciando la bajeza de quien pretende ofender con ella y mostrando que el término en si puede adquirir connotaciones totalmente opuestas.
'Zorra' nos lleva a preguntarnos si gran parte de la sociedad entiende que la igualdad entre hombres y mujeres pasa por copiar conductas machistas en lugar de erradicarlas
Los otros, los que seguimos sin entender a qué obligado lado hay que saltar; a los que poco o nada nos importa el festival, que hace mucho que dejó de unir naciones a través de la música si alguna vez lo hizo, pero si las implicaciones sociales y políticas de los mensajes que lanzamos; los que seguimos pensando que el debate del feminismo debe ser más profundo pero nunca divisorio; los que sabemos de la importancia de las palabras pero también de la volubilidad de las mismas, también nos preguntamos por qué en el camino nos dejamos otros debates.
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Si de palabras se trata que salten las alarmas cuando nuestras menores se llamen «afablemente» puta (a la voz de «puta», como a la de «zorra», también se mata). Y cuando escuchemos un informal y hasta solidario «maricón» (que vaciar el término de su historia de violencia no parece posible). Me faltan ríos de tinta contra el empoderado y viral «servir coño» de la generación Z, porque no puede ser sinónimo de lo que máximo que pueda dar una mujer.
Preocupante es que bajo un palio de libertad construyamos nuevas rejas, que el ruido nos distraiga de lo importante, y que nos olvidemos que el «divide y vencerás» siempre fue la mejor estrategia.
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