Por tierras de lobos

La Garganta del Fraile no tiene la espectacularidad ni el patrimonio de las grandes rutas, pero está muy bien diseñada, tiene un poco de todo y le saca un buen partido a sus atractivos: el agua, la fauna magnética de Monfragüe, una distancia de nueve kilómetros, apta para todos

eugenio fuentes

Domingo, 4 de diciembre 2022, 07:49

Aunque en algunos foros todavía Extremadura es presentada como si tuviera un único paisaje, el de una llanura seca y dilatada, lo cierto es que ... se necesita menos de una hora en coche para comprobar cómo y cuánto cambia el panorama cada ochenta kilómetros. Desde Cáceres, en una hora se llega a los castañares del Ambroz o de las Villuercas, a Portugal o al Jerte, a las Hurdes o a la sierra de Gata, a las fértiles Vegas del Alagón. Y aunque Badajoz parece una provincia más uniforme, también cambian de una a otra zona los cultivos, los acentos de la gente, la arquitectura y la gastronomía. Nos falta el mar, sí, aunque haya una enorme capacidad fluvial. Además, Extremadura tiene distintos trajes para las distintas estaciones del año. Y uno ha intentado contar, aquí y allá, en artículos y en algún libro, algo de esta variedad y riqueza.

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Esta vez el viajero busca la espalda norte de Monfragüe. El Parque Nacional de Monfragüe es conocido sobre todo, desde su margen izquierda, por el magnífico panorama que ofrece desde el Salto del Gitano, donde el Tajo, después de rastrear la cara norte de la Sierra de Santa Catalina buscando un portillo, le rompe por fin el espinazo y gira hacia el sur antes de enfilar decidido hacia Portugal.

Esa zona del Parque, la margen derecha del río, es menos conocida, aunque también es rica en fauna, como atestigua su propia historia. Serradilla se segregó de Plasencia como entidad autónoma en 1557 gracias a los abundantes lobos de su término. Como los cánidos hacían peligroso el camino hasta la ciudad del Jerte cada vez que un paisano tenía que desplazarse hasta allí para cumplir cualquier trámite, la corona le concedió la autonomía. De esa herencia quedan los cuatro lobos en el escudo municipal y en el rollo, de reciente reconstrucción, pues el original fue destruido en 1932. También se le hace un homenaje actual con la hermosa silueta de la estatua que se recorta en el Cancho del Lobo.

Ahora, la Federación de Deportes de Montaña y Escalada ha premiado la ruta senderista Garganta del Fraile, de Serradilla, como el Mejor Sendero Homologado de España. Y es una publicidad importante, porque, hoy por hoy, cualquier éxito en el ocio necesita operaciones de imagen en las redes sociales. Su repercusión se nota en los muchos senderistas que la recorren este sábado de noviembre. Muchos ya no somos jóvenes, pertenecemos a esa generación que emigró del campo a la urbe para conducir coches y que ahora regresamos de la urbe al campo para respirar aire limpio, para recuperar el placer de caminar con unas botas viejas, un sombrero y una cantimplora y para descansar en el paisaje los ojos fatigados de pantallas.

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Y aunque este viajero siente una querencia especial por las sierras del norte de la provincia, también aprecia estas serranías de media gama que atraviesan como cuchillos blancos la penillanura cacereña, con sus crestones de cuarcitas, tan aptos para que aniden las rapaces.

La Garganta del Fraile no tiene la espectacularidad ni el patrimonio de las grandes rutas (la de Carlos V o la de los dólmenes de Valencia de Alcántara), pero está muy bien diseñada, tiene un poco de todo y le saca un buen partido a sus atractivos: el agua, la fauna magnética de Monfragüe, una distancia de nueve kilómetros, apta para todos. Al principio, según se aleja del pueblo, el camino llanea entre huertos con paredes de piedra a hueso. Luego ondula con suaves desniveles hasta acercarse a la garganta y a la pequeña cascada que ya anuncia la puente vieja. En el cielo sobrevuelan los buitres de Monfragüe, hacen rueda o nos vigilan desde sus promontorios, auscultando con el pico la temperatura del aire.

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No ha llovido para llenar los pantanos, pero sí lo suficiente para una buena otoñada. Y como hasta ahora las capas de nubes han cerrado el paso a las heladas, la hierba no ha detenido su crecimiento y alfombra de verde incluso los terrenos más drenados. Las charcas no rebosan, pero tienen agua para el ganado y a ellas se acercan a beber las ovejas de las fincas. También encuentra el viajero un par de borriquillos, asomados a las tapias, que comen manzanas con el mismo placer con que Platero comía mandarinas, y algún ternero gordezuelo que llama a su madre con un mugido infantil.

Uno lamenta no saber nada de botánica, porque conocer el nombre de una flor, un arbusto o un árbol aumenta el placer de contemplarlos. Pero gracias a una infancia rural tampoco llama hierbas a todas las plantas verdes que ve por el suelo y, al menos, sabe identificar entre la vegetación de la ruta, más arbustiva que arbolada, las encinas, alcornoques, olivos, madroños, retamas, jaras, romero, tomillo y las zarzas muerdepiernas que nos lanzan sus cañas cuando pasamos cerca.

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Si los hubo en su tiempo, hoy ya no quedan lobos por aquí. Los lobos han pasado al olvido. Ni siquiera en estos días finales del otoño, de largas noches propicias a sus relatos de miedo, aparecen en las conversaciones. Ya no son más que sombras del pasado que no producen ninguna inquietud a los caminantes.

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