¿Qué ha pasado este viernes, 5 de diciembre, en Extremadura?

El retorno de Falstaff

EL ZURDO ·

Antonio Chacón

Badajoz

Domingo, 22 de mayo 2022, 09:08

El rey emérito ha retornado a la patria de sus amores desde su destierro dorado en Abu Dabi no como el heroico Aragorn de 'El ... señor de los anillos', sino como Falstaff, el bufonesco y ubuesco personaje que aparece en las obras de Shakespeare 'Enrique IV' y 'Las alegres comadres de Windsor'.

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Atrás han quedado, parece que para siempre, los días en que Juan Carlos de Borbón era venerado como el paladín de la democracia española allá por donde iba. Él mismo se ha encargado de dilapidar su prestigio en tiempo récord abusando de la inviolabilidad que confiere al monarca el artículo 56.3 de la Constitución de 1978. Una inviolabilidad real que contradice el artículo 14 de la misma Carta Magna, ese que prescribe que «todos los españoles son iguales ante la ley, sin que pueda prevalecer discriminación alguna por razón de nacimiento, raza, sexo, religión, opinión o cualquier otra condición o circunstancia personal o social». ¡Ja!

Gracias a esa inviolabilidad de la que disfrutó hasta que abdicó en 2014 y de la prescripción de los delitos fiscales que se le imputaban, don Juan Carlos se ha ido de rositas de la Justicia. Al menos aquí, pues en otro reino, el de su vetusta amiga Isabel II, los tribunales no le consideran ni inmune ni impune desde que dejó de ser jefe de Estado y será juzgado acusado de acoso a su antaño amante Corinna Larsen, una rica y alegre comadre que, como hicieron las de Windsor con el truhan de Falstaff, acabó burlándose del burlador.

Los paralelismos entre el personaje shakesperiano y el emérito no terminan aquí. En 'Enrique IV', Falstaff es un orondo, fanfarrón, campechano, trapacero y juerguista caballero que vive de dinero robado o prestado y que mantiene una relación casi paternofilial con el joven y díscolo príncipe Hal. Pero este, tras ser coronado rey con el nombre de Enrique V, considera un deshonroso compañero de viaje al que fue su amigo por placer y lo repudia con estas duras palabras: «No te conozco, anciano; vete a rezar ¡Qué mal sientan las canas a un bufón! Soñé con tal hombre, tan hinchado por la orgía, tan viejo y tan profano, mas ya despierto, el sueño me repugna. Desde hoy mengua el cuerpo y aumenta la virtud, deja de atracarte y piensa que la tumba se abre para ti tres veces más que para otros (...) Cuando oigas que soy como era antes, acércate y serás como tú fuiste, el tutor e incitador de mis excesos. Hasta entonces, te destierro, bajo pena capital, lo mismo que a mis otros corruptores, a diez millas de distancia de tu rey. Os daré lo necesario para que viváis sin que la pobreza os lleve al mal y, cuando sepa que os habéis reformado, seréis favorecido según vuestra aptitud y vuestros méritos».

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De manera similar, procedió Felipe VI con su padre en un intento de represtigiar y salvar la monarquía. Sin embargo, el regreso del emérito no ha sido lo discreto que deseaban la Casa Real y la Moncloa y ha generado mucho ruido y pocas nueces, pues, de momento, don Juan Carlos no ha dado signos de haberse reformado; no se ha mostrado contrito ni ha pedido perdón a los españoles por sus trapacerías como, al menos, hizo hace diez años tras sus aventuras y desventuras en África en plena crisis económica. Más bien lo contrario, se ha dado ufano un baño de multitudes en Sanxenxo. El emérito se ha convertido en lo que dice Felipe González de los expresidentes: «un jarrón chino en un apartamento pequeño que se supone que tiene valor y nadie se atreve a tirarlo a la basura, pero en realidad estorba en todas partes».

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