Como dice la canción 'Africanos en Madrid', de Amistades Peligrosas, el inmigrante es quien «Se marchó lejos de su casa con el corazón en rodaje, ... a cambio de ese pasaje, vendió su alma al diablo». Lo ocurrido en Torre Pacheco no debería sorprender a nadie. Lo realmente alarmante no son los disturbios en sí sino la rapidez con la que la sociedad, o mejor dicho sus trincheras ideológicas, se ha lanzado a interpretarlos desde dos únicas ópticas, tan cómodas como inútiles. Para unos, todo es culpa del racismo. Para otros, de la inmigración masiva. Blanco o negro. Fácil, ¿verdad? Pues no. Porque ni todo es racismo, ni todo es delincuencia foránea. Pero en este país hemos decidido que pensar es una molestia, y que matizar es sospechoso.
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Ahora bien, lo verdaderamente preocupante es lo fácil que resulta encender la chispa del enfrentamiento. Basta un rumor, una pelea o una media verdad, y ya tenemos la mecha prendida. No voy a detenerme en diseccionar las razones, o mejor dicho, las sinrazones, de quienes acuden a «cazar moros», luego se dan de mamporros en un estadio y más tarde revientan manifestaciones lanzando piedras a la policía. No es mi mundo ni mi lenguaje. Lo que sí me preocupa es que hayamos convertido la política migratoria en un ring de boxeo entre partidos. Un día se pelean por los menores no acompañados en Canarias; al siguiente, por cuántos papeles se reparten en Ceuta. Pero sentarse a hablar de verdad sobre qué hacer con cientos de miles de personas que ya están aquí, eso ni tocarlo. Mientras, la realidad sigue su curso. ¿Qué pasa con los menores extranjeros no acompañados cuando cumplen 18 años? Pues que se les deja tirados. «Ya no eres problema del sistema. Que tengas suerte en la vida». Sin red, sin recursos, sin opciones.
Y luego nos preguntamos por qué algunos acaban en la economía sumergida o peor. Y ojo al dato: si entraste irregularmente, necesitas al menos dos años de residencia probada para solicitar un permiso de trabajo. ¿Residencia probada? ¿De qué se supone que van a vivir durante esos dos años? Lo curioso, o quizá lo trágico, es que tenemos una necesidad creciente de mano de obra. Las empresas, especialmente en sectores como la agricultura, la hostelería o los cuidados, no encuentran personal suficiente. Pero en vez de establecer un proceso sensato y eficaz para regularizar e integrar a personas que ya están aquí preferimos hacer como si no existieran. Se insiste desde el Gobierno en la necesidad de una inmigración «ordenada y segura». ¡Qué revelación! Pero mientras tanto, seguimos sin un plan para lo urgente: integrar, formar y emplear a quienes ya forman parte de esta sociedad. No soy tan ingenua como para pensar que esto es el Bálsamo de Fierabrás.
Habrá conflictos, roces, momentos difíciles. Pero una sociedad con instituciones sanas y con ciudadanos informados y empáticos puede encajar esas tensiones sin caer en la barbarie. Lo que no puede es fingir que el problema no existe. Recomiendo una clarividente viñeta de Sansón que publicó este medio hace unos días. Aparece un ultra, todo rabia y banderita, al que su abuela le recuerda: «¿No sabías que yo fui emigrante en Alemania?». Y el angelito responde: «Algo había oído, abuela… pero es que hay tanto bulo». Exacto. Mucho bulo, poco cerebro, y aún menos memoria. Cierro con letra de la canción con la que empecé: «El pecado de ser ébano, sangre y marfil, si miras bajo tu piel hay un mismo corazón».
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