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La novia de Frankenstein

EL ZURDO ·

Antonio Chacón

Badajoz

Domingo, 20 de febrero 2022, 08:36

Isabel Díaz Ayuso es un monstruo de la política que ha escapado al control de su creador, Pablo Casado, su antaño amigo y hogaño enemigo ... íntimo. Sin embargo, al contrario que en la novela de Mary Shelly, la criatura no es odiada por el pueblo sino aclamada. Para muestra, su espectacular resultado en las elecciones del pasado 4 de mayo, en las que rozó la mayoría absoluta y se erigió en la lideresa 'de facto' de la oposición al sanchismo.

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Ese, y no su nefasta gestión de la pandemia, fue el secreto de su éxito. Sabedora de que en política es mejor parecer que ser, Ayuso supo como nadie catalizar y canalizar la animadversión visceral que genera el presidente del Gobierno en buena parte del electorado conservador, e incluso no conservador, copiándole la estrategia victimista a los independentistas catalanes y la retórica 'antisistema' a Trump y presentándose como una suerte de Libertad guiando al pueblo de Madrid, pero sin pecho fuera. Pero la única libertad que le interesa a Ayuso es la económica. Su liberalismo –o mejor dicho, neoliberalismo– se reduce a que los ciudadanos puedan comprar e ir de bares a discreción y ella pueda adjudicar a dedo contratos públicos –casi 4.200 solo entre marzo de 2020 y febrero de 2021, según publicó 'El País'– a quien le dé la gana, incluso a la empresa en la que trabaja su hermano. Ha seguido así la mejor tradición del muy popular capitalismo de amiguetes.

Mas Ayuso puede terminar muriendo de éxito. Esa manera personalista, libérrima y desvergonzada de hacer política, a imagen y semejanza de su gran valedora, Esperanza Aguirre, y su gran ambición han acabado por enfrentarla a su creador porque se ha convertido en una amenaza para su liderazgo. Elegida por Casado como candidata en las autonómicas de mayo de 2019 cuando apenas era conocida, se hizo con las llaves de la Puerta del Sol para sorpresa de propios y extraños pactando con Ciudadanos. Su relación con Cs siempre fue tensa y aprovechó los coqueteos de los naranjas con los socialistas en Murcia para adelantar los comicios y fagocitarlos. Avalada por su arrollador triunfo, reclamó su derecho a presidir también el PP madrileño; algo legítimo y lógico, por otra parte, pues es lo más habitual entre los barones de los partidos.

Con todo, don Pablo se niega en redondo a que su 'amiga' Isabel acumule demasiado poder; teme que, como intentó Aguirre con Rajoy, lo utilice para moverle la silla. Pero, en su afán por frenarle los pies a la reina castiza, Casado ha ido demasiado lejos al recurrir a un detective para espiarla y chantajearla con lo de su hermanísimo. Si cree que ella cometió una presunta corruptela, ¿por qué no lo denunció ante la justicia? Su ladino proceder ha sido más propio de un padrino que de un padre de la patria y le puede costar caro: no solo el trono del PP sino también el de la Moncloa. Este sucio asunto, sumado a la victoria pírrica lograda en Castilla y León, donde intentó sin éxito repetir la jugada madrileña, puede dejar seriamente dañada su imagen pública, más incluso que la de Ayuso, artera en darle la vuelta a la tortilla y parecer una víctima de la ley de hierro de la oligarquía que rige en toda organización política y que ella osó infringir.

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No obstante, bien haría la lideresa en seguir uno de los consejos que Baltasar Gracián da en 'El arte de la prudencia' si no quiere acabar como la novia de Frankenstein en la mítica película: «Evitar las victorias sobre el jefe». «Siempre fue odiada la superioridad, y más por los superiores (...). A los príncipes les gusta ser ayudados, pero no excedidos», avisa el sabio jesuita.

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