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Ibarrola
El punto ciego

Antropocentrismo

Nia Estévez

Sábado, 6 de diciembre 2025, 01:00

Hubo un momento en que dejamos de reflexionar sobre nuestro entorno, dejamos de verlo como un todo y ampliamos la consciencia en lo individual. Dejamos ... de usar términos plurales y nos acotamos a nosotros mismos. Es el mismo momento en que, poco a poco, fuimos cambiando nuestra posición en el mundo hacia la imposición. Ahora parece que nos concebimos como algo absoluto.

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Con la excusa de la necesidad –siempre cortoplacista–, el consumismo ha ido creciendo a niveles desorbitados y nuestra gestión de la naturaleza está tristemente mermada. Mientras que en un principio nos manteníamos atentos a las posibilidades que nos ofrecía el entorno, a estas alturas hemos conseguido estragar las opciones que nos ofrece, primero haciendo uso de sus posibles y después de sus imposibles. Vemos la Tierra como un recurso y no como un hogar. Expoliamos para el sobreconsumo y vivimos rodeados de cosas.

La comunidad científica internacional considera que aún nos encontramos en la era del Holoceno –que empezó hace unos once mil setecientos años–, donde el clima es estable y cálido. Si miramos atentamente, podremos notar que no solo el clima ya no es estable, aunque sí más cálido, sino que la influencia dominante del ser humano ha provocado cambios evidentes en la Tierra. Quizá las evidencias invitan a considerar la entrada en el Antropoceno: explotamos los recursos naturales, construimos armas nucleares o aumentamos la proliferación de plásticos. Si consideramos que el Antropoceno se caracteriza por la influencia dominante de la actividad humana en el planeta, yo diría que estamos en una nueva era del progreso cansado, individualista y casi mortal. Nos hemos adueñado de todo y hemos perdido el control del sometimiento productivo, haciendo perder a la naturaleza su dignidad.

Hannah Arendt ya habló sobre la Condición Humana (1958) y trató de encontrar una filosofía que se hiciera cargo de toda esta actividad humana y de su reflexión se entiende que no hacemos la historia, sino que la producimos. Tenemos una ilusión de control poco honesta que infantiliza la percepción del riesgo, evitando así que, algún día, lleguemos a corregir nuestras acciones. Incluso las protestas se perciben como algo ornamental. Los planteamientos respecto al cambio climático se niegan con descaro y no porque no sean capaces de ver las evidencias, sino porque no les interesa dejar de producir. Eligen la ceguera oportunista. El dinero gobierna el mundo y cualquier crisis lo vapulea y nos pone más alerta que los grados de temperatura que sube el mar, que la descongelación de los polos o la desertización de algunas áreas del planeta. Se nos escapa el mundo por no pararnos a mirarlo ni a escuchar. Sin hogar no hay vida, y sin vida no hay futuro.

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