No hay bestia más peligrosa que la que está malherida o se siente acorralada. Su desesperación le incitará a atacar con uñas y dientes a ... todo lo que perciba como una amenaza a su alrededor. Ese parece el caso del leviatán ruso.
Publicidad
El pasado martes, en una entrevista con el canal de televisión PBS, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan, afirmó que Vladímir Putin quiere poner fin a la guerra en Ucrania «lo antes posible». Es la impresión que sacó de sus conversaciones con el autócrata ruso en Samarcanda (Uzbekistán), durante la reciente cumbre de la Organización de Cooperación de Shanghái (OCS). Putin también ha reconocido que China e India le mostraron en dicho foro sus «preocupaciones» por el devenir del conflicto.
Sin embargo, lo que Erdogan y el resto de los mortales entendimos por acabar con la guerra «lo antes posible» no es lo que entiende Putin. Lo supimos justo un día después, cuando el jefe del Kremlin anunció la movilización de 300.000 reservistas para reforzar las tropas desplegadas en el país vecino y amenazó a Occidente con utilizar «todos los medios a su alcance, incluidas las armas nucleares», para defender la integridad territorial de Rusia. «No es un farol», advirtió, disipando de golpe y porrazo las esperanzas de que Moscú y Kiev se sentaran a negociar un acuerdo de paz.
El último anuncio de Putin no ha gustado a su hasta ahora mayor valedor, China, que le urge a un «alto el fuego a través del diálogo». Y es que para Pekín lo primero es la economía y la guerra de Ucrania no está siendo un buen negocio pues está empujando al mundo a una nueva recesión.
Publicidad
Por su parte, la UE y EE UU han respondido al último desafío nuclear de Putin con más madera: anunciando más sanciones para Moscú y más apoyo militar para Kiev. Y han interpretado la movilización de reservistas como «un signo de debilidad» que evidencia que la invasión rusa «está fracasando». No obstante, ello también revela que Putin quiere continuar la guerra a toda costa. Cual bestia acorralada, está dispuesto a morir matando, a ir de derrota en derrota hasta la victoria final.
El zar ruso es un apasionado de las artes marciales, sobre todo del judo, que practica desde crío. «Cuando empezó a entrenar no tenía ningún talento y no destacaba. Pero con el tiempo mostró resultados impresionantes. Vladímir era como una pantera en la colchoneta y luchaba hasta el último segundo», recuerda su entrenador, Anatoli Rajlin. Esta anécdota refleja bien a las claras el carácter combativo del exespía del KGB y que no es de los que se rinden aunque tenga las de perder. Es de los que piensan que la mejor defensa es un ataque. Sigue así el lema de Cobra Kai: «Pegar primero, pegar fuerte, sin piedad».
Publicidad
Con todo, a Putin se le puede volver en su contra la movilización de reservistas. Puede ser el principio del fin de su régimen porque puede provocar una ola de protestas como las del miércoles en Moscú y San Petersburgo, reprimidas con más de un millar de arrestos. «Este régimen ha firmado su sentencia de muerte, ha destruido a la juventud», avisó un manifestante. Ya ocurrió en 1917, cuando la Primera Guerra Mundial fue el catalizador de la Revolución rusa en un contexto en el que crecían las deserciones y la desmoralización en el Ejército por las derrotas y las cuantiosas bajas y el pueblo se encontraba agotado por el esfuerzo bélico, la escasez de alimentos y la represión zarista. Lo que más teme un tirano es que se le pierda el miedo.
Primer mes sólo 1€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión