Son días de profunda tristeza para toda la familia socialista extremeña. Se ha ido nuestro compañero, amigo y exsecretario general, Guillermo Fernández Vara, tras una larga enfermedad que afrontó con la serenidad, la entereza y la dignidad que siempre lo definieron.
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Con su partida, se marcha una figura clave en la historia de nuestro partido y de nuestra tierra. Pero, sobre todo, se va un hombre bueno, y eso, en los tiempos que corren, es quizá lo más valioso que puede decirse de alguien. Su ausencia nos deja un vacío hondo y difícil de llenar.
Guillermo hablaba con frecuencia de la bonhomía, de la importancia de la bondad en la vida pública y en las relaciones humanas. Lo hacía desde la convicción de que solo quienes practican la empatía, el respeto y la entrega a los demás pueden contribuir de verdad al bien común.
Y si hay una palabra que lo define por completo, es precisamente esa: bonhomía. Guillermo era la bondad hecha persona; un político ejemplar, un hombre de consensos, un servidor público convencido de que la política, antes que nada, consiste en hacer felices a las personas.
Durante dieciséis años al frente del PSOE de Extremadura, lideró con cercanía y un profundo sentido de la responsabilidad. Y durante doce años como presidente de la Junta, dejó una huella imborrable en nuestra tierra. Supo tomar el relevo de Juan Carlos Rodríguez Ibarra con humildad y con una férrea voluntad de trabajo. Emprendió lo que muchos consideramos la segunda gran transformación de Extremadura, guiado por el empeño de que el progreso llegara a cada rincón, a cada pueblo, a cada familia.
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Bajo su liderazgo, la región avanzó en sanidad, educación, infraestructuras, empleo e igualdad de oportunidades.
Guillermo fue un firme defensor de lo público y de la igualdad: la igualdad entre hombres y mujeres, de oportunidades y de derechos. Creía que solo desde la igualdad real puede construirse una sociedad justa. Su manera de entender la política estaba profundamente arraigada en el respeto a las personas, sin importar de dónde vinieran ni qué pensaran. Creía en el poder del diálogo, en que el acuerdo suma.
En un tiempo dominado por el ruido, él mantuvo siempre la certeza de que solo a través de la palabra se puede construir futuro.
Hoy sentimos un dolor inmenso. Con él se va un pedazo de nuestra historia reciente, pero también se queda con nosotros su ejemplo, su manera de mirar el mundo, su humildad y su sonrisa serena. Guillermo no necesitaba levantar la voz para ser escuchado, convencía desde la coherencia, desde la cercanía, desde la verdad de quien dice lo que siente y hace lo que dice.
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Nos deja el legado de alguien que dignificó la política y nos enseñó que ésta puede y debe ser un espacio de respeto, de entendimiento y de humanidad. Que servir a los demás es la tarea más noble que existe. Y que el poder no tiene sentido si no se utiliza para mejorar la vida de la gente.
Estos días, las puertas de nuestras Casas del Pueblo se han llenado de cariño, de silencio y de aplausos. Ha sido una muestra inmensa y sincera de afecto que ha traspasado ideologías. Desde todos los rincones de Extremadura han llegado palabras de gratitud y respeto hacia quien dedicó su vida al servicio público.
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También hemos recibido mensajes de reconocimiento de otros partidos, instituciones y organizaciones de toda índole, sin importar el color ni la procedencia. Un homenaje unánime que demuestra hasta qué punto Guillermo era querido, valorado y respetado por todos. Porque más allá de las siglas, su humanidad, su sentido del deber y su bondad lo convirtieron en un referente indiscutible.
Con la pérdida de Guillermo Fernández Vara se va un hombre de consensos, pero nos queda su ejemplo, su legado y su manera de entender la vida y la política: con respeto, con ternura y con la firme voluntad de construir una Extremadura mejor.
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Descansa en paz, querido Guillermo. Gracias por tanto.
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