Los expertos nos han pedido a los ciudadanos que seamos prudentes a la hora de gastar este verano, pero no les estamos haciendo caso. Vivimos ... como si no fuera con nosotros lo que pase a la vuelta de vacaciones y emulamos la escena final de 'Lo que el viento se llevó' cuando Escarlata O'Hara, tras ser abandonada por Rhett Butler, reflexiona sobre como hacerle volver y sentencia: «Ya lo pensaré mañana». Y eso es lo que estamos haciendo nosotros, procrastinar –está de moda la palabreja–, dejarlo para después. Nos da un poco de miedo la llegada del otoño, que se vislumbra complicado, y en lugar de prepararnos, optamos por no pensar en ello ahora. Solo queremos disfrutar, por eso nos hemos decantado por aprovechar el verano viajando, aunque tengamos que alojarnos en pensiones que tienen precios de hoteles de cuatro estrellas en algunos destinos, y coger vuelos que están por las nubes (lo sé, es una broma fácil). Estamos pagando lo que nos piden por los viajes que nos merecemos aunque consideremos que es una burrada, porque nos pasa como a los toros que mantienen encerrados en los toriles, que cuando les abren la puerta, salen con fuerza al ruedo. Y eso es lo que estamos haciendo, disfrutar –mindfulness, el ahora es lo que importa– por si en otoño la situación empeora y no podemos volver a viajar en un tiempo. ¡Que nos quiten lo bailao!, piensa más de uno.
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El economista Santiago Niño-Becerra, que ya anticipó la crisis de 2008, advirtió hace semanas que «este es el último verano. El otoño, todo apunta a que va a ser complicado. Es una cosa psicológica, vivamos el momento y después ya veremos lo que sucede». Y hasta la vicepresidenta primera, Nadia Calviño, avisó a principios de semana que «vienen curvas» y que no descarta una recesión. Pero a juzgar por el 'boom' del turismo de estos meses, parece que no queremos escuchar, al menos hasta que pase el verano.
Adoptamos la estrategia del avestruz, metemos la cabeza en el agujero para no ver lo que pasa a nuestro alrededor y nos comportamos como si la inflación disparada no fuera un problema, a pesar de que sentimos «horror en el hipermercado, terror en el ultramarinos...», como cantaban Alaska y Los Pegamoides a principios de los 80 cuando tenemos que hacer la compra en el súper y vemos que todo está carísimo y que algunos productos de primera necesidad están entre los que más se han encarecido en los últimos meses: aceite, huevos, harina, frutas y verduras... Vamos, que hacer una españolísima tortilla de patatas, con o sin cebolla, cuesta casi el doble que el año pasado. Lo notamos también cada vez que nos pasamos por la gasolinera, que cuando vemos lo que cuesta llenar el depósito, nos dan ganas de salir corriendo, o al menos de ir andando a todos sitios a partir de ahora.
Y qué decir tiene cuando llegan las facturas de gas y luz, que se nos queda la cara del emoticono sorprendido del WhatsApp al verlas, y pensando que ni que tuviera uno encendidas en casa juntas todas las bombillas de las calles de Vigo en Navidad...
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