Urgente Herido muy grave un hombre de 28 años tras una salida de vía en la provincia de Badajoz

Mascotas

PLAZA MAYOR ·

ESTEBAN CORTIJO

Miércoles, 7 de septiembre 2022, 08:18

Antes de que cambiara más el tiempo fui a bañarme al río Ruecas, a un punto de la orilla apenas frecuentado durante el verano. Agua ... cristalina, corona de montañas, zarzas con moras y algún árbol frutal. Atractivo para bañistas procedentes de localidades lejanas que vienen a pasar el día con sus táperes (léase fiambrera, tartera, tarrina). Pues eso, y sillas, flotadores y envoltorios. También traen perros. Esta es la experiencia desagradable: ¿por qué, si tu novia es cariñosa con otro no se ve bien y, si tu perro hace lo mismo, nos tenemos que aguantar sea quien sea el elegido? ¿Y si te retiras discretamente cuando te viene un apretón, por qué no obligar a los animales a que hagan lo mismo?

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El caso es que con la pandemia se ha incrementado socialmente el número de animales de variados tamaños, más o menos domesticados y de molestia o peligro imprevisible. Hay más hogares en España con mascotas que con niños –dice la prensa–, y las quejas abundan porque los que pasean perros no siempre cumplen con su obligación.

Creo que es fácil llegar a la conclusión de que el amor a la naturaleza no tiene nada que ver con el incremento de las mascotas sino con una publicidad que incrementa el espacio de productos para animales en los supermercados con juguetes, ropajes y adornos diversos. Me escandalizó saber en su día que, más allá de los caprichos de reyes, emperadores y obispos de otras épocas, en EE.UU. hace ya más de un siglo, los perros y gatos sobre todo, además de veterinarios, disponían en muchas ciudades de guarderías, peluquerías, resort con piscinas, pipicanes por doquier, Gudog, Holidog y mil productos más. Todo llegó ya aquí, hace mucho, como la Coca Cola, el wéstern y los pantalones vaqueros.

Si usted necesita una mascota y así resuelve problemas de soledad o entretenimiento ya sabe que está en la onda de la democracia previsible e inmediata porque, aunque en ocasiones sea irritante, todos nos tenemos que ir acostumbrando a la macota del vecino. Es un fenómeno social que ya está aquí como uno de los últimos objetivos o «límites de la democracia» (Stephan Lessenich) que hemos de alcanzar. Entiendo que se nos pide desarrollar el respeto y la solidaridad con el diferente en vez de la exclusión –tanto da si tenemos como si no tenemos perro–, porque «las decisiones han de ser tomadas por aquellos a quienes conciernen» no por Elon Musk, el abuelo o el rico del pueblo.

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