Propósito de enmienda

Una melancólica existencia

Marcelo Sánchez-oro Sánchez Hoy

Domingo, 9 de noviembre 2025, 01:00

El otoño es la época de la melancolía. Cierta tristeza flota en el ambiente. Pero no hay tregua para la introspección. La sociedad hiperconsumista en ... la que estamos instalados no nos permite un tiempo de sosiego. La aceleración constante impide el ensimismamiento. La sucesión de eventos comerciales tiene ahora la pátina navideña desde octubre hasta enero. ¿Qué sentido tiene esto? La publicidad promueve la idea de que el consumo permanente y sostenido hará de nosotros personas más felices. Pero lo que ocurre realmente es que este desmedido afán por consumir no se traduce en una satisfacción duradera. Más bien puede transformarse en una melancólica existencia o, directamente, en decepción, en palabras de Lipovetsky. Las personas, y muchos grupos sociales, paradójicamente, lo que consiguen con esta desmesura es un desgaste afectivo y sensorial; un estado personal de vacío existencial.

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La decepción con este sistema puede convertirse en miedo, en temor a despojarnos de cuanto anhelamos, o a las consecuencias. A pesar de disponer de todo lo que se nos puede antojar de una forma casi inmediata, en nuestros propios domicilios y, en muchos casos, a un coste ridículo. Nuestro desaliento crece cuando junto a la pulsión consumista, se nos hace responsable de los riegos que ello origina.

La cuestión es que el sistema estimula dos corrientes contrapuestas: el excesivo consumo de un lado; y el temor a los efectos de este, por otro lado. Los medios de comunicación y las redes sociales inducen al miedo, a través de ciertos clichés que lo pintan todo muy mal. La mayoría de las veces se dice que por causas ecológicas o económicas. Existe la amenaza del fin del mundo, y nos dicen que nos queda poco tiempo para cambiar realmente.

Hoy, en nuestra sociedad, el imperativo de ser felices a toda costa genera una lógica de ansiedad, en la que ha irrumpido el consumismo. Dice Lipovetsky que, dado que «el mercado» nos atrae sin cesar por todo aquello que no poseemos, lo que poseemos resulta decepcionante. Inmediatamente después de satisfacer una necesidad que nos da felicidad aparece otra, y este ciclo no tiene fin.

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La sociedad de consumo nos condena a vivir en un estado de insuficiencia perpetua. A desear siempre más de lo que podemos comprar. Se nos aparta, dice el sociólogo francés, sin contemplaciones del estado de plenitud. Se nos tiene siempre insatisfechos, amargados, por todo lo que no podemos permitirnos. Además, nuestra relación con el consumo está cada vez más personalizada. Es más experiencial. El cambio es muy significativo, hemos transitado del «somos lo que consumimos» (Z. Bauman), al «consumo para que nos vean los otros» (Guy Debord), para acabar en «consumo para mí mismo, para mi íntimo disfrute» (Lipovetsky). El consumo individualista, emocional, ocupa ahora el lugar del consumo exhibicionista, de clase (T. Veblen). La cosa ahora consiste en acumular. En tratar de buscar la riqueza psicológica en «compromisos mentales complejos, amplitud de emociones y experiencias novedosas» (S. B. Kaufman).

¿Hay alguna salida? Lipovetsky asegura que el hiperconsumo no va a dejar de crecer por que sea condenado en nombre de principios éticos o intelectuales. Podemos intentar, de hecho, se intenta, promover una dinámica diferente en relación con los hábitos consumistas. Hay movimientos sociales importantes al respecto, pero las lamentaciones moralistas no sirven de gran cosa. Porque el consumismo y sus derivadas responden a las necesidades de las personas. Por esa razón no debemos estigmatizar la satisfacción inmediata que el consumismo produce. Pero tampoco hay que ponerlo por las nubes. En todo caso, lo exigible es ofrecer marcos de referencia y de orden intelectual, para que la gente vea otros modos de vida que el sistema oculta. La única alternativa realista es aprovechar las fisuras del modelo, considerar la cara positiva del hiperconsumo. Por ejemplo, este permite una industria, la del cine, que produce películas como la recién estrenada 'Una batalla tras otra', protagonizada por Leonardo DiCaprio, que nos hace reconciliarnos con lo más edificante de la tradición critica del arte norteamericano. El sistema potencia creadores de contenidos audiovisuales y musicales. Libros, desde los más minoritarios y exclusivos hasta los best sellers. Realidades que muchas veces giran en torno a la creatividad crítica con el sistema, a la individualidad posfordista.

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Este capitalismo hipercomercial funciona por la diversidad acelerada de la oferta, y por la multiplicación incesante de variedad de productos culturales. Lo problemático es la barbaridad de novedades y la obsolescencia programada de cuanto se genera y se lanza a un mercado deseoso de cosas nuevas y extraordinarias, pero que se resiste a la uniformidad. En medio de la sociedad de la sobreabundancia, declara Lipovetsky, de ofertas y de la desestabilización de las culturas de clase, emerge la individualización de los gustos, y de los estilos de vida, muchos de ellos libres de la moda, más diversos, e inclusivos. Es lo que hemos de aprovechar.

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