Que cuando en Trumplandia estornudan aquí nos constipamos, eso no es nada nuevo.
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Hace meses que vi un reportaje en televisión, creo que se titulaba ' ... Breakfast in America' como aquel mítico álbum de Supertamp. La cosa iba que desde que el producto estrella de los desayunos americanos (con la venia del café) es decir los huevos, habían subido de precio, los pobres yankis no sabían si volver a los insulsos cereales o entregarse a la zurrapa y la cachuela. El caso es que unos meses después, la gripe aviar se cuela en nuestras vidas y convierte una de las cenas más humildes y sanas que existen en un auténtico lujo digno de las mil y una noches. Ese sonido del tenedor contra el plato batiendo un par de huevos que se convertirán, tras su paso por la sartén, en una tortilla francesa dejará pronto de ser la banda sonora de miles de barrios para dar paso a algún novedoso plato que bien pudiera ser la sopa de lágrimas.
Unas lágrimas que podemos encontrar en revistas del corazón, lágrimas del Borbón de Abu Dabi, llorando porque es el único español sin pensión, del novio de Ayuso al borde del suicidio, de Mazón con sus llantos de cocodrilo y, como no, de nuestro personaje del momento, el gran Luis Rubiales que se siente vilipendiado y perseguido injustamente y lo cuenta en la presentación de su libro ('Matar a Rubiales') donde fue blanco de los huevos lanzados por uno de sus tíos. Todo empezó después de hacer un gesto ostentoso de paquetería ese fatídico 20 de agosto de 2023, justo cuando la selección española se proclamaba campeona del mundo, el entonces presidente de la RFEF se llevaba la palma de su mano hacia la entrepierna e iniciaba los pasos de Paquito el chocolatero a escasos centímetros de sus altezas reales las princesitas del Reino. No hay nada más señoro que festejar esa hazaña femenina agarrándose los huevos, pero en ese eufórico momento nadie osó reprocharle nada.
Volviendo a nuestro protagonista y su libro, mucho antes del beso, Rubiales ya decía que cualquier día lo encontrarían muerto en una cuneta y que la relación con su familia siempre fue tempestuosa, su hermana le partió ambas piernas tras sentarse encima cuando eran pequeños, su madre se encerró y se puso en huelga de hambre cuando saltó todo el escándalo del «piquito» sus tíos no le soportan y lanzan huevos a pesar del precio que tienen, en fin, que a lo mejor me animaba a leer esa oda literaria de 500 páginas si hablara de su familia. En mitad de la trifulca, tras esquivar los huevos lanzados por su tío al grito de sinvergüenza, sortear los mismos como en una escena de 'Matrix' y lanzarse sobre el agresor al estilo de Batman, aparece por allí Bertrand Ndongo y lo placa para que la cosa no fuera a mayores. Extraña coincidencia, dos ultraderechistas (Ndongo y el tío) en un acto «cultural» convertido en marketing para la presentación de un previsible bodrio literario.
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