Educación digital versus digitalización de la educación
Tribuna ·
Mientras la educación digital propugna un conocimiento teórico-práctico, crítico y racional de los softwares digitales, la digitalización educativa propugna que los sistemas educativos basen todos sus procesos en diferentes plataformas 'online'Decía el filósofo Michel Foucault que «las palabras y las cosas se corresponden». Frase que nos viene a decir que las palabras y el lenguaje ... juegan un papel muy activo en la construcción de la realidad. Y la verdad es que es una frase muy acertada y que evidencia a la perfección la cosmogonía digital en la que el mundo se ha zambullido desde que la jerga digital anglófona empezó a inundar la vida de las gentes allá por los años 90 del siglo pasado. Es como si en estas tres décadas hubiéramos asistido a una especie de progresión geométrica entre el lenguaje digital asimilado por los hablantes y la profusa estructura digital que las sociedades modernas han diseñado y desplegado para conformar la realidad digital en la que operamos. Realidad que, por otro lado, nos hemos impuesto en todos los órdenes de la vida hasta llegar al pensamiento digital con el que hoy día afrontamos y emprendemos la aventura de vivir. Pensamiento digital que consiste en conectarse a las herramientas virtuales disponibles para ponerlas al servicio de nuestras metas vitales, desde las económicas hasta las más espirituales. Con todos los riesgos y oportunidades que eso conlleva.
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Como no podría ser menos, este pensamiento digital ha permeado también gota a gota todas las teorías pedagógicas y didácticas al uso, abogando por incluir casi de modo imperativo las herramientas digitales en la enseñanza, lo que ha conllevado a que una banal digitalización esté parasitando los sistemas educativos al igual que lo está haciendo diariamente con los millones de jóvenes y adultos que han digitalizado su vida en exceso con las herramientas virtuales. Lo de parasitando lo digo con todo el carácter peyorativo que tiene el verbo parasitar (infestar a un ser vivo para aprovecharse de su alimento y debilitarlo). De este modo y en muy poco tiempo el parásito digital se ha viralizado y hemos asistido a una especie de proceso de inversión conceptual en los entornos educativos: de la educación digital a la digitalización de la educación. Sin comprender cuán diferentes y antagónicos son los dos términos en cuestión. Mientras la educación digital propugna un conocimiento teórico-práctico, crítico y racional de los softwares digitales, la digitalización educativa propugna que los sistemas educativos basen todos sus procesos formativos, burocráticos y comunicativos en las diferentes plataformas educativas operadas desde internet y sus algoritmos, creando una especie de red o comunidad virtual educativa que prevalece sobre el resto de métodos de instrucción. Pero, tras esta virtualización educativa que con pompa todos los gobiernos promocionan, se cobija sibilinamente el termitero que taladra los cimientos epistemológicos sobre los que descansa todo sistema educativo digno de tal nombre: el conocimiento. ¿Qué cómo está pasando esto? El mecanismo es muy fácil. Gobierno y comunidades legislan leyes y decretos sobre alfabetización digital a troche y moche presionados por una economía que transita desbocadamente hacia lo digital en concordancia con las directrices acordadas por la plutocracia de las transnacionales tecnológicas. Transponer todas estas leyes, decretos, normas y circulares a nivel de escuela significa que maestros y profesores han de actualizar constantemente sus capacidades y competencias digitales, sumando cientos de horas de trabajo a las pantallas y la burocracia digital, y restando por tanto estas horas a preparar clases más didácticas y profundizar y aumentar conocimientos de sus especialidades. Con lo que ahondamos, además, en uno de los males endémicos del profesorado: su insuficiente sapiencia sobre los mismos conocimientos que tiene que transmitir al alumnado. De tal manera y casi sin darnos cuenta, estamos aceptando que los centros escolares dejen de ser centros de transmisión del saber para transformarlos en una vulgar guía didáctica tecnológica, escamoteando a los jóvenes escolares conocimientos de exagerada importancia. Pérez-Reverte en su modo lapidario lo dijo no hace mucho en una entrevista: «Hemos hurtado a los jóvenes los mecanismos necesarios para comprender el mundo». En esta frase tan corta y sencilla se revela la situación crítica en la que se halla nuestro sistema educativo y, por ende, nuestra juventud.
Abundando en la misma línea, no hace muchos días en una cadena de televisión se emitió un programa denominado 'Redes sociales: la fábrica del terror' en la que un exejecutivo de una omnipresente red social desvelaba la inmoralidad más absoluta que rige el cosmos de los algoritmos y de cómo éstos son combinados y entrenados por sus gurús para ofrecer a nuestros jóvenes unos contenidos adictivos y abyectos a la vez, que tienen como finalidad quebrar su inocencia, crearles dolor y reducir su masa gris cerebral. Si ante este escenario de barbarie las instituciones educativas no son capaces de servir de muro y faro crítico contra el catecismo fundamentalista digital imperante, sino que, para más inri, en ese mismo sentido decidimos que las escuelas, institutos y universidades sean meras correas de transmisión de semejante paradigma digital, la fábrica del terror seguirá sacrificando jóvenes y no tan jóvenes en los altares digitales. Porque no nos engañemos, navegar en Internet, interactuar en una plataforma digital, ser miembro de una red social o usar la llamada inteligencia artificial significa aceptar la matriz algorítmica, los principios y términos de uso de enormes conglomerados tecnológicos que, en una mayoría de casos, sus objetivos e intereses no coinciden para nada con los intereses generales de la sociedad.
Por esto, es necesario posicionarse severamente, y discernir claramente entre la educación digital y la digitalización de la educación. Regresemos, pues, al primer término, para a través del mismo, terminar de escudriñar lo que significa y lo que conlleva el segundo término. Solo así, podremos ir esquivando los riesgos y amenazas en favor de consolidar las oportunidades. Lo demás, huele a suicidio colectivo, porque lo de la neutralidad tecnológica es otro ardid, la nueva añagaza que nos mantiene indiferentes ante los abusos de los poderes tecnológicos para imponer su voluntad y asegurar su impunidad, y a la misma vez, culpabilizar al ciudadano de los desastres sociales que acarrea el mal uso de las aplicaciones virtuales debido a la maldad e ignorancia humanas. Mientras sigamos obnubilados ante la pantalla, los cabilderos de la digitalización siguen su labor de zapa, desmantelando las bases de nuestra convivencia con un saldo tecnológico que cada vez es más negativo para el conjunto de la humanidad.
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