Verdades y mentiras

Esa chica posible

Taylor Swift no se parece a ninguna estrella femenina que hayamos conocido antes

Julián Rodríguez Pardo

Martes, 4 de junio 2024, 07:27

Cuando Taylor Swift apenas levantaba un palmo del suelo vivía en una finca inmensa que podría haber sido el escenario de 'La casa de la ... pradera'. Pero con el campo más verde, claro. Lo cual no es tan difícil porque los Ingalls –si los recuerdan– vivían en el lejano Oeste y, allí, césped –que digamos– no había mucho. Pensilvania, donde los Swift, siempre ha sido otra cosa: la población es mayoritariamente blanca, demócrata y, en las zonas rurales, es fácil toparse con comunidades Amish. Se lo digo por si están pensando en un viaje-experiencia para este verano. O por si tienen un hijo, o hija, a punto de repetir curso por vagancia crónica: un par de meses en el condado de Lancaster, montados en la cosechadora de maíz de una buena familia Amish, ¡y los recogen ustedes como nuevos en el aeropuerto de Talavera!

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Los Swift se trasladaron a Tennesse, la patria musical del country, cuando Taylor tenía trece años para ayudarla a desarrollar su carrera. Y fue allí donde, en 2018 –con veintinueve años– se volvería adulta para el público americano al expresar su primera opinión política: confesó estar aterrada ante la postura de la candidata republicana a senadora Marsha Blakburn sobre la ley de violencia contra las mujeres y el matrimonio entre personas del mismo sexo. Posteriormente, en su documental 'Miss Americana', añadiría sobre este asunto al recordarlo: «Esos no son los valores cristianos de Tennesse. Vivo en Tennesse. Soy cristiana. Y eso no es lo que nosotros defendemos». Sin embargo, la chica que gustaba a todos no solo no dejó de hacerlo, sino que consiguió trascender cualquier división ideológica: una encuesta de la cadena televisiva NBC reflejaba, hace unos meses, que su popularidad superaba en cuarenta puntos la de Donald Trump o la de Joe Biden. Y, por supuesto… ¡su esperanza de vida también! Aunque esto no lo dijera la encuesta, claro.

Swift no se parece a ninguna estrella femenina que hayamos conocido antes. O, simplemente, lo hemos olvidado. No posee la voz inalcanzable de Whitney Houston; no finge masturbaciones encima de un escenario como sí hizo Madonna en su 'Blond Ambition Tour' de 1990, ni suscita esa ambivalencia que, a veces, despierta Rosalía cuando uno no sabe si está ante una buena chica de barrio…, o una chica mala –también de barrio–. Cuando el éxito se sitúa más allá del éxito es difícil de explicar. Pero quizá sea cierto, como señalaba estos días el periodista musical Jero Rodríguez, que «su música y su espectáculo son muy democráticos»; es decir, gustan a todos. O, como yo lo veo, no molestan a nadie. Así que, merecidamente, pasará a la historia como la artista más importante de su tiempo, aunque no tengamos ni idea de cuál de sus canciones le acompañará como el himno de toda una generación. Un detalle sin importancia. O no.

Mientras tanto, ella emerge del subsuelo del Bernabéu encaramada a un cubo hecho a base de pantallas. Sacude con ademán de estrella su melena, mira con intención pícara al público y, luego, te regala una sonrisa limpia y sincera que te hace pensar que Taylor Swift no es solo una buena chica americana, sino una chica posible…, aunque su mundo sea exclusivamente suyo. Como el de los Amish…, pero sin cosechadora, ni maíz, ¡ni EBAU!

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