Siempre me ha llamado poderosamente la atención cómo se oculta la cruda realidad a la que nos referimos cuando hablamos de aborto. Me resulta profundamente ... significativo el esfuerzo por evitar que la mente humana perciba la verdadera naturaleza del acto mediante el uso de un lenguaje técnico y aséptico. El término más llamativo es, sin duda, «interrupción voluntaria del embarazo». Esta fría formulación busca reemplazar conscientemente palabras como cortar, segar o destruir, que describirían con realismo el procedimiento. Es la primera capa de un velo lingüístico. El segundo término que se diluye estratégicamente es «vida». Al no nombrar lo que es interrumpido, se impide que nuestra conciencia forme una imagen clara. Y, por último, se omite completamente la condición de ese ser: «indefenso» y «sin capacidad de autodefensa». La frase real, despojada de eufemismos, sería «interrumpir de forma irreversible la vida de un ser humano indefenso». Semánticamente, «interrumpir» sugiere que algo puede continuar después, como un partido de fútbol. Un embarazo abortado no se reanuda. He aquí la clave: se ejerce un dominio sobre las conciencias mediante el lenguaje. Al privarnos de las palabras que generan una imagen real del hecho, se nos induce a tomar una postura sobre algo cuya verdadera dimensión desconocemos. Un juicio solo puede ser objetivo si el lenguaje usado nos permite ver la realidad sin maquillajes.
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