En el Día Internacional de la Eliminación de la Violencia contra la Mujer, que conmemoramos el martes, conviene recordar la máxima de Pitágoras «educad al ... niño y no castigaréis al hombre». Una frase que resume la verdadera raíz del problema que concelebramos con pancartas, pero no resolvemos con la educación. Es habitual que este día se llene de actos institucionales y de méritos policiales contra la violencia de género. Sin embargo, cuando llegamos a este punto, es porque el sistema ha fracasado. Mientras los políticos compiten por declararse feministas en discursos que suenan a eslóganes vacíos (soy feminista porque soy socialista diría alguien de cuyo nombre no quiero acordarme), no enseñamos a los menores a resolver conflictos interpersonales de forma no violenta. Peor aún, muchos padres y madres parecen haber renunciado a educar. El resultado no puede ser más descorazonador. Los adolescentes niegan la existencia de la violencia de género, normalizan actitudes de control extremo en redes sociales y aprenden sobre sexualidad en plataformas pornográficas que distorsionan completamente su percepción de las relaciones y de la mujer per se. La violencia es, en muchos casos, el resultado de una ignorancia que podría haberse evitado. No podemos eliminar de la ecuación de la igualdad a uno de los componentes, los hombres. Cambiar esto exige una decisión clara, invertir recursos reales en educación emocional y en la prevención, no en campañas de marketing con bolígrafos y pulseras que se olvidan en un cajón. Al fin y al cabo, la educación es el arma más poderosa para cambiar el mundo.
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