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En defensa de Almaraz

Cerrar Almaraz no es una victoria ecológica. Al contrario: es un paso atrás. No tiene sentido. Ni técnico, ni económico, ni medioambiental. La central evita cada año la emisión de más de 7 millones de toneladas de CO₂ a la atmósfera. Si sustituimos su producción por centrales térmicas de gas, el balance de emisiones será mucho peor

Javier Gómez Darmendrail

Expresidente de Cetarsa

Viernes, 18 de abril 2025, 08:07

España se dispone a cometer un error difícil de justificar desde cualquier punto de vista: cerrar la central nuclear de Almaraz. Una decisión que no ... responde a criterios técnicos, ni a razones económicas, ni mucho menos a una lógica medioambiental. Se trata de una medida ideológica, apresurada y, sobre todo, profundamente irresponsable con respecto al futuro energético del país.

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La central, ubicada en Cáceres, lleva más de 40 años funcionando con seguridad, generando empleo, riqueza y, sobre todo, electricidad limpia, constante y barata. Representa aproximadamente el 7% de toda la producción eléctrica nacional, y lo hace sin emitir CO₂ a la atmósfera. No es una instalación obsoleta ni peligrosa. Es una central moderna, que ha pasado todas las revisiones del Consejo de Seguridad Nuclear y que se ha ido adaptando, mediante inversiones continuas, a los más altos estándares internacionales. Entonces, ¿por qué cerrarla?

Mientras buena parte de Europa revisa su postura sobre la energía nuclear –incluida la propia Comisión Europea, que la ha reconocido como tecnología verde–, España se empeña en desmantelar una de sus principales fuentes de electricidad. Y quiero recordar aquí que la solar y la eólica, imprescindibles para el futuro, aún no pueden garantizar la estabilidad del sistema por sí solas. La nuclear, en cambio, ofrece continuidad, previsibilidad y cobertura para esa base energética que sostiene todo el sistema.

Cerrar Almaraz no es sustituir una energía por otra, es renunciar a una fuente limpia y operativa para, probablemente, cubrir ese hueco con gas natural. Es decir, más dependencia del extranjero, más emisiones contaminantes, y más coste para los consumidores. La central de Almaraz no solo produce energía: también sostiene la economía de toda una comarca. Da trabajo directo a más de 800 personas, y a otros 3.000 de forma indirecta. En una zona afectada por el envejecimiento demográfico y la falta de oportunidades, el cierre supondrá un golpe difícil de asumir. Y no lo resolverán ni los empleos temporales del desmantelamiento ni los vagos planes de reconversión industrial que no llegan nunca.

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Hablar de transición justa sin garantizar alternativas reales es una ficción. Lo justo, en este caso, sería mantener operativa una instalación segura que da vida y futuro a una región que no puede permitirse más despoblación ni más abandono.

Se ha querido presentar Almaraz como una amenaza latente. Nada más lejos de la realidad. En más de cuatro décadas de funcionamiento, la central ha demostrado una fiabilidad ejemplar. Está sujeta a inspecciones periódicas, tiene personal altamente cualificado y cumple con todas las exigencias internacionales de seguridad. Y permítanme cierta autoridad en esta afirmación porque en el Congreso fui durante dos legislaturas ponente de los informes del Consejo de Seguridad Nuclear.

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Los temores sobre la energía nuclear en España se alimentan a menudo de prejuicios y desinformación. Ya nos avisaba Diderot de que «la ignorancia está menos lejos de la verdad que el prejuicio». Pero la realidad es que la central produce electricidad sin emitir gases de efecto invernadero, no contamina el aire, y gestiona sus residuos con absoluta trazabilidad y bajo supervisión. Cerrar una central así, con ese historial, es renunciar voluntariamente a una de las tecnologías más controladas y limpias que existen.

El coste del cierre será altísimo. Desmantelar una instalación nuclear cuesta cientos de millones de euros, que saldrán del bolsillo del contribuyente. Pero además, su cierre elevará los precios de la electricidad, porque la energía nuclear es, hoy por hoy, una de las más baratas del mix español. No solo perderemos energía firme y limpia, también pagaremos más por lo que venga a sustituirla.

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Y, lo que es más preocupante, aumentaremos nuestra dependencia del gas importado. En un contexto geopolítico inestable como el actual, con guerras y tensiones que afectan directamente a los mercados energéticos, España no puede permitirse renunciar a una fuente propia de energía estratégica.

Cerrar Almaraz no es una victoria ecológica. Al contrario: es un paso atrás. No tiene sentido. Ni técnico, ni económico, ni medioambiental. La central nuclear evita cada año la emisión de más de 7 millones de toneladas de CO₂ a la atmósfera. Si sustituimos su producción por centrales térmicas de gas, el balance de emisiones será mucho peor. Además, Almaraz no contamina el aire, no genera lluvia ácida, ni partículas en suspensión. Sus residuos están controlados, almacenados y gestionados bajo normativa internacional. Compararla con las grandes industrias contaminantes es, sencillamente, ignorar la ciencia.

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Defender el medioambiente no debería implicar atacar la energía nuclear, sino integrarla como parte de un mix energético responsable y equilibrado. España necesita un debate energético serio, que supere las consignas y mire hacia el futuro con pragmatismo. Garantizar la estabilidad del sistema requiere todas las herramientas disponibles, y la energía nuclear –on todas las garantías– es una de ellas. Mientras funcione con seguridad y eficacia, no hay ninguna razón para apagar Almaraz.

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