Hoy hace justo quinientos años de la batalla de Pavía, la gloriosa jornada en la que se le aparecieron los tercios al rey de Francia, ... el maquiavélico Francisco. Día también del 25 cumpleaños de Carlos V, paladín de la cristiandad y castigo de otomanos, a cuyos arcabuceros les bastaron cuatro tiros para derribar el mito de la más granada caballería de Occidente, inaugurando el siglo largo de supremacía de las amas del imperio donde no se ponía el sol.
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El Valois quería Italia, había tomado Milán con un ejército de 30.000 mercenarios y se dirigió a Pavía, defendida por 3.000 españolitos. El asedio se alargó cuatro meses, dando tiempo a que llegara un refuerzo de lansquenetes y a que los sitiados abrieran una brecha en el muro que rodeaba el parque Visconti, donde acampaba el rey de Francia. La madrugada del 24 de febrero de 1525 se lanzaron a por los gabachos y antes de la hora del desayuno ya habían hecho prisionero a Francisco. Fue llevado a Madrid y únicamente recobró la libertad cuando renunció por escrito al Milanesado, Nápoles, Flandes, Artois y Borgoña. Como ya se la había jugado varias veces, el emperador retuvo en prenda a sus dos hijos, hasta que cuatro años más tarde el galo cumplió lo pactado.
También nos quedamos su espada, que recuperaría Napoleón en 1808, aunque esa ya es otra historia. La de Francisco inspiró a muchos escritores, incluido Victor Hugo, que en 'El rey se divierte' criticó la vida lujuriosa y disoluta que afamó al monarca. La obra superó por los pelos la censura e inspiró el 'Rigoletto' de Giuseppe Verdi, en el que Francisco transmutó en el duque de Mantua y su bufón jorobado acabó convirtiéndose en uno de los mayores iconos de la cultura popular. Los bufones, que animaron la corte de los Austrias y poblaron los cuadros de Velázquez, tuvieron siempre un lugar reservado junto a reyes y emperadores, por lo que no es extraño que Trump, el monstruo naranja «mobile qual piuma al vento», haya adoptado el suyo.
El nuevo bufón del reino tiene nombre de juez hebreo y un apellido que, traducido al román paladino, significa almizcle, esto es: «Sustancia grasa, untuosa y de olor intenso que algunos mamíferos segregan en glándulas situadas en el prepucio, en el perineo o cerca del ano». Ni Shakespeare, especialista en bufones, hubiera elegido un nombre mejor para el personaje, acorde con las actuaciones grotescas y escatológicas a las que nos tiene acostumbrados. Yo sin embargo no acabo de pillarle el punto. He visto al bufón almizcle saludar al estilo nazi, blandir una motosierra y promover la guerra entre los europeos. Menospreciar entre gracietas la sangre que corrió en Pavía y la paz que nos llevó siglos construir. No tiene ni idea de quienes fueron Shakespeare, Hugo o Verdi, por lo que ignora que no es más que un patético Rigoletto despreciado por su amo, con el que el destino ajustará cuentas en el último acto de esta obra.
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