Cartas al director

La gatera cerrada

J. A. Barquilla Mateos

Huerta De ánimas

Lunes, 10 de noviembre 2025, 01:00

El gato entraba y salía por la gatera de la puerta, aunque a veces saltaba por el postigo abierto. La mayoría de las casas del ... pueblo tenían postigo y gatera, incluso cuando no había gatos. Era la costumbre. Los postigos en las casas de los pueblos ya son muy raros, y las gateras, inexistentes. Pero hay gatos. Siempre están, silenciosos y sabios en algún lugar. Y a veces dejan de estar sin que se note. Si hay fuego, el gato sabe desaparecer. Si se riñe en su entorno, desaparece también. No es zalamero el gato, aunque a veces lo parezca. No se parece al perro, que puede ser fiel, incluso en circunstancias adversas. Si la lluvia anega el lugar que habita, naturalmente el gato huye, aunque haya personas allí que no puedan huir. Si fuera un perro, a lo mejor se quedaba con su amo o por lo menos gemiría desolado. El gato, ni eso; se calla y se va. Nadie se preguntará, claro, por los gatos de Valencia cuando la terrible dana. Pero seguro que había muchos. Los gatos no contribuyen a salvar vidas. Los perros, sí. Hay razas de perros que lo hacen, como sabemos. Los gatos son más sabios que los perros. Y más ingratos, también. Claro que los gatos difícilmente pueden salvar nada. Menos, una vida. Pero dan mucha compañía y son seres confortables y ronrronean al calor de la lumbre en invierno, y sestean a la sombra de un naranjo en verano. Pero a quién se le va a ocurrir escribir sobre los gatos, cuando hay tanta cosa importante sobre las que escribir. Ya. Pero de eso ya escriben otros, y otras.

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