¿Qué ha pasado este viernes, 5 de diciembre, en Extremadura?
La brecha

Hinchapelotas

JACINTO J. MARABEL

Lunes, 21 de noviembre 2022, 07:49

Los domingos bien temprano, Miguel Prudencio Reyes Viola echaba la llave a la talabartería que regentaba en la esquina de 8 de octubre con Carlos ... Anaya y bajaba las dos cuadras que la separaban de Gran Parque Central cargado de un saco de balones. El Gordo Reyes, tal y como respondía en la Blanqueada, el barrio con más solera del Uruguay, cuna del balompié futbolístico en la Banda Oriental del Río de la Plata, presumía siempre de dos cosas: los pulmones de pescador de ostras que le regaló la providencia y los cueros de la hacienda del Quemado del Ceibal, los mejores del país, con los que surtía el verde del Nacional, el equipo de sus amores.

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Su corazón destilaba sangre azul y blanca, que era también el color de los cielos de Montevideo, desde aquella tarde remota que su padre lo llevó a conocer a Miguel Nebel, Gaudencio Pigni, los hermanos Céspedes y la otra media docena de jugadores de Nacional que formaron la selección charrúa que derrotó a la argentina en la cancha de la Sociedad Hípica de Palermo, allá en los albores del siglo. Cuando tuvo la edad de dejarse bigote, el Gordo Reyes se hizo utillero y era un prodigio verlo soplar el esférico al límite de la apnea, mientras gambeteaba la grada sorteando los bastonazos del público enfurecido, arengando a los suyos con la fuerza sobrenatural y bárbara de los pulmones. El Gordo Reyes, el hinchapelotas, fue una tempestad en medio de aquel páramo de espectadores que asistían al juego en el silencio litúrgico de las catedrales góticas, que zarandeó las consciencias y creó escuela. Andado el tiempo, al seguidor, al forofo o simplemente al aficionado de un equipo de fútbol, se le conoció como hincha. Y al grupo, hinchada.

No es lo mismo hincha que hinchapelotas, trasunto de una familia de moscas con querencia a la entrepierna masculina y, fundamentalmente, del tocahuevos. Luego están también los pelotas, que juegan al deporte rey, el peloteo, pero que no tienen que ver con el sacrosanto oficio futbolístico porque son una especie de hinchada huérfana de rubor y vergüenza torera. Les trae al pairo la verdad, la diga Agamenón o su porquero, y clican el ‘me gusta’ cuando la lideresa de turno, cual tinta de calamar, enmaraña el discurso y arremete contra los jóvenes por indolentes, contra el cambio climático por inexistente y contra los médicos por paniaguados.

Le juro que no sé por qué me ha venido a la cabeza este ejemplo, cuando lo que yo quería escribir es que de hincha a pelota hay un mundo, tal y como nos enseñó Benedetti, que se reúne cada cuatro años para elegir un nuevo monarca, y esta vez lo hace en medio del desierto, próximas ya las Navidades. Un mundo que se paralizó ayer, cuando el pitido arbitral echó a rodar las ilusiones de la hinchada. Simplemente quería escribir que estos días, mientras dure el Mundial, seré uno de ellos. Gracias por todo, Gordo Reyes.

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