Explica Albert Camus en 'El hombre rebelde' que «la rebeldía nace del espectáculo de la sinrazón, ante una condición injusta e incomprensible». Un hombre rebelde, ... recalca el filósofo argelino-francés, es «un hombre que dice no», que se planta, grita ¡basta!, exige que el escándalo cese, un esclavo que ha recibido órdenes toda su vida y de pronto juzga inaceptable un nuevo mandato. Pero, aclara Camus, «si niega, no renuncia: es también un hombre que dice sí desde su primer movimiento», que considera que tiene derecho a algo que se le niega. «La rebeldía no renuncia a la sensación de que uno mismo, en cierta manera, tiene razón (...), opone al orden que lo oprime una especie de derecho a no ser oprimido más allá de lo que puede admitir», a, en plata, no pasarse de la raya.
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En definitiva, un hombre rebelde es el que ha tomado conciencia de su injusta situación y ha perdido la paciencia, y «con la impaciencia empieza un movimiento que puede extenderse a todo lo que antes se aceptaba», que lo lleva más lejos de lo que inicialmente pretendía con el simple rechazo; «el esclavo, en el momento en que rechaza la orden humillante de su superior, rechaza al mismo tiempo el estado de esclavo». Aunque, como matiza el nobel de Literatura, la rebeldía no nace solo, y forzosamente, en el oprimido, sino que puede nacer asimismo ante el espectáculo de la opresión de la que otro es víctima. La solidaridad de los hombres se funda en el movimiento de rebeldía. «El mal que sufría un solo hombre se hace peste colectiva», expresa Camus, para quien la rebeldía representa el mismo papel que el 'cogito' en el orden del pensamiento: es la primera evidencia, la que saca al individuo de su soledad. «Me rebelo, luego existimos».
Un ejemplo de todo ello es lo que está pasando en Irán. El asesinato hace algo más de un mes en comisaría, a manos de la Policía de la Moral (émula de la Policía del Pensamiento de '1984'), de la joven de 22 años Mahsa Amini, arrestada en Teherán por llevar mal puesto el 'hiyab', el velo islámico, ha sido la gota que ha colmado el vaso de la paciencia de las mujeres y los jóvenes iraníes y ha desatado un movimiento de rebeldía contra la teocracia misógina de los ayatolás dentro y fuera del país, al que se han sumado no pocos hombres. Al grito de «¡Mujer, vida y libertad!» y «¡Muerte al dictador!», las manifestantes muestran su rebeldía con un gesto tan simple como revolucionario: se quitan el velo mostrando su cabello, una conducta penada en Irán. Paradigma de cómo un gesto cotidiano y aparentemente inofensivo se criminaliza de forma incomprensible y castiga con un crimen de Estado. Un gesto tan simple y revolucionario como el de la activista negra Rosa Parks al negarse a ceder el asiento a un pasajero blanco y moverse a la parte trasera del autobús en Montgomery (Alabama) en 1955, por el que fue encarcelada, prendiendo la chispa del movimiento por los derechos civiles en Estados Unidos. Gestos de desobediencia civil no violenta como los promovidos por Gandhi, inspirándose en León Tolstói y Henry David Thoreau, en la India para lograr su independencia. Gestos que son el poder de los sin poder del que hablaba el dramaturgo y expresidente de Checoslovaquia Václav Havel y que no es otro que señalar que el rey está desnudo, desvelar sus imposturas, negarse a vivir en la mentira institucionalizada, en fin, decir la verdad sin miedo a las consecuencias.
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