CULTURA Y POLÍTICA

Se acabaron los toros

Felipe Traseira

Jueves, 23 de octubre 2025, 02:00

El 16 de mayo de 1920 Rafael Gómez Ortega, el 'Divino Calvo', recibía de 'El Guerra' el siguiente telegrama: «Impresionadísimo y con verdadero sentimiento te ... envío mi más sentido pésame. Se acabaron los toros». Se refería a la conmoción por la muerte de Joselito 'El Gallo' ese mismo día, tras la cornada sufrida en Talavera de la Reina, actuando mano a mano con su cuñado Ignacio Sánchez Mejías. Naturalmente, con la desaparición de este grandioso torero no acabaron los toros, al igual que sucederá con la retirada de Morante el pasado 12 de octubre. Pero indudablemente la marcha de Morante deja, entre toreros y empresarios, un hueco difícil de llenar. En los aficionados, el desconsuelo al no volver a ver a un torero tan grande.

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Sin tradición familiar taurina, no obstante le impactó desde niño el rico ambiente taurino andaluz, deseando desde jovencito ser torero. Tales eran su afición y condiciones que, con 18 años, tomó la alternativa en Burgos, de manos del colombiano César Rincón. En su haber tres puertas grandes del Príncipe en 1999, 2007 y 2023 y dos de Las Ventas en 2025. Morante no sólo se ha enfrentado a los toros, sino también a sus demonios interiores, obligándole a cortar la temporada en 2002, 2017 y 2024. A ambos ha terminado venciendo siempre en una lucha titánica, extenuante, cansancio que ha sido la causa de su retirada.

Desde sus inicios, fue un gran torero, pero su eclosión se produjo tras la pandemia, convirtiéndose en un mito viviente. Varios factores contribuyeron a ello. En primer lugar, su técnica depurada y poderosa, dominando a todas las reses y siendo capaz, en ocasiones, de banderillear también. En segundo lugar, su gran valor, en el límite de lo temerario. Morante se ha pasado muy cerca a los toros, en una entrega total, a vida o muerte.

Los aficionados sabíamos que iba a ser cogido, como así ha sucedido varias veces en esta temporada. En tercer lugar, su arte. Su lentitud y plasticidad al mover el capote y la muleta nos transmiten una emoción superior. Todo lo que hace rezuma una estética deslumbrante. Con Morante los tendidos rozan el éxtasis, cayendo en una conmoción y comunión superiores, misteriosas. Con Morante el espectador vive, como con ningún otro torero, el ritual artístico y misterioso de la tauromaquia. En cuarto lugar, su regularidad. Ha toreado todas las tardes y todos los encastes, no de 'higos a brevas', como hacía el célebre Curro Romero.

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Por último, su empeño igualitario en torear para todos los públicos, en Extremadura desde Badajoz a Plasencia, pasando por Zafra, Almendralejo, Herrera del Duque o Fregenal de la Sierra. A todo ello habría que añadir una personalidad muy atractiva, recuperando suertes antiguas, llegando a la plaza en coche de caballos o haciendo un festival taurino en homenaje a su admirado Antoñete y dedicarle una estatua. La tradición, base de toda modernidad, ha dado a su tauromaquia un atractivo irresistible. Por eso, ha llenado las plazas y ha llevado a los jóvenes a los toros.

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