Para quien haya visto la extraordinaria película 'Melancolía', de Lars von Trier, le resultará fácil comprender la situación de espera y angustia que se ha ... sentido en el Valle del Ambroz según iba avanzando el incendio de Jarilla, Trasierra arriba. Para quien no la haya visto, intentaré contar en estas líneas a bote pronto la sensación de catástrofe. A ver si consigo transmitirla.
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El 12 de agosto, martes, la intensa ola de calor que venía abrasando el oeste peninsular cumplía su décimo día y, quizá como consecuencia de tanta evaporación, una tormenta seca lanzó decenas de rayos sobre la Trasierra. Así, no fue una sorpresa que unas horas más tarde se alertara de un incendio que tomaba fuerza a consecuencia de tres circunstancias. Una, el viento caliente, sin una dirección fija, racheado, que por estas tierras coge velocidad al atardecer como consecuencia de los movimientos térmicos que genera la orografía del terreno. La tarde es mala hora para apagarlos, pues la oscuridad impide que vuelen los medios aéreos y dificulta los movimientos en tierra. Dos, la abundancia en el monte de pasto seco, de yesca debido a la extraordinaria primavera de lluvias. Tres, la temperatura de la Tierra ha aumentado de forma insoportable por el cambio climático provocado por el hombre, que ha inyectado en el cielo moléculas de carbono más allá del límite, que retienen el calor y actúan como estufas invisibles, tal como escribí sobre este tema hace un mes y medio. El miércoles, Jarilla todavía quedaba lejos, aunque el incendio ya alcanzaba el Valle del Jerte y Cabezabellosa. Pero el jueves 14, en plena operación salida, amanecimos con el cierre de la A66 y de la N630, porque el viento había vuelto a virar y empujaba las llamas hacia el llano. En los medios, arreciaba la polémica sobre la culpa política de lo que ocurría. De un rayo, nadie es responsable. Sí lo es de no haber hecho nada para evitar sus efectos conociendo el peligro. Los responsables autonómicos debían haber prevenido esta situación, puesto que suyas son las transferencias.
Los responsables del bienestar y de las emergencias nacionales debían haberse anticipado alertando del riesgo y ofreciendo partidas económicas a todo el país, si se hubieran dedicado al interés colectivo. Pero la vergonzosa bronca política que hemos soportado durante todo el año parece que les impedía pensar en otra cosa que en el próximo insulto en el debate, en la ironía más fina contra el adversario, en afilar el cuchillo en las réplicas parlamentarias. Difícil pensar en incendios del bosque cuando se está incendiando el parlamento. Mientras tanto, los bomberos, los militares, los voluntarios luchaban contra las llamas en Jarilla, en Zamora, en Orense. Aquí, con la ayuda de medios llegados de otras autonomías, parecía que el fuego estaba controlado en un perímetro de 48 kilómetros, pero el viento del sur y la vegetación reavivaron las llamas. El viernes 15 confinaron Casas del Monte y el sábado 16, Segura de Toro mientras el icendio avanzaba hacia el norte, hacia el corazón del Valle del Ambroz. Quien lo conoce, sabe el espeso arbolado de castaños y robles que hay allí y se teme una catástrofe si no se detiene antes.
A las cinco de la tarde del sábado 16, los pájaros han desaparecido. Huele intensamente a quemado y el cielo tiene un funesto color anaranjado que no se debe al atardecer, sino al humo, pero las noticias hablan de otros incendios en otros lugares, que impiden la llegada de refuerzos para los medios de extinción. El pabellón deportivo de Hervás ha sido habilitado para acogida de afectados en caso necesario. Son las fiestas del pueblo y todo se mezcla de una manera extraña, el frenesí de la fiesta con la inminencia del desastre.
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El domingo 17, Hervás amanece con el enemigo en puertas. Desde abajo se ven las llamas entrando por la ladera del castañar, los patios y las calles están llenas de pavesas y hojas quemadas y cualquier cosa que se toca deja las manos negras. El calor es insoportable, aunque, por fortuna, el viento no favorece el avance del incendio. La corporación municipal se ha reunido, preocupada por la situación y por un barrio viejo donde abunda la madera. No se ve a nadie por las calles, hay silencio y un ambiente de fin del mundo, como en la película 'Melancolía'. De un momento a otro, se espera el confinamiento.
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