La soledad, como el colesterol, puede ser buena o mala. La buena, la voluntaria, la placentera, se denomina solitud y la mala es la soledad ... no deseada, la que aflige, la que duele, la que enferma.
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Paradójicamente, en nuestra acelerada e hiperconectada sociedad del rendimiento, cada vez tenemos menos tiempo tanto para disfrutar de la solitud como para dedicárselo a los otros. Por ello, también hay cada vez más gente que sufre una soledad no deseada, sobre todo anciana. Uno de cada diez españoles se siente solo, según un informe de la Comisión Europea, un problema de salud global, una «epidemia silenciosa», como la ha calificado la OMS, que se aborda en el documental ‘Mi soledad, nuestras soledades’, publicado en HOY.es.
En su ‘Política’, Aristóteles define al hombre como un ser social por naturaleza, ya que necesitamos de los otros para sobrevivir. Soy, pues, en tanto somos. El estagirita considera la sociedad anterior al individuo y arguye que el que no puede vivir en sociedad, o no necesita nada para su propia suficiencia, es una bestia o un dios.
Esta tesis fue impugnada por el liberalismo, que antepone el individuo a la sociedad y sostiene que la sociabilidad no es una cualidad natural del hombre, sino postiza. El liberalismo estableció el culto al hombre hecho a sí mismo, trasladando desde la sociedad a cada individuo la carga de la culpa de todo lo que le pase, sea bueno o malo. Una ideología que, maridada con la ética protestante del trabajo, el capitalismo adoptó como superestructura. Así, si te arruinas, es porque viviste por encima de tus posibilidades. Si no llegas más lejos en la vida, es porque no te has esforzado lo suficiente, pues el que la persigue la consigue. Como sintetizaba el comunista alemán Karl Liebknecht, «la ley básica del capitalismo es tú o yo, no tú y yo».
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No obstante, tan nocivo es un exceso de individualismo como de socialismo. El primero fomenta aparentemente la solitud y acaba generando frustración y soledad no deseada. Y el segundo acaba generando lo mismo al sacrificar la solitud en el ara de la comunidad. El primero desampara al individuo y el segundo lo asfixia. «Bajo el comunismo, el Estado mata o silencia a los poetas. Bajo el capitalismo, se destruyen a sí mismos», afirma el poeta Jeremy Hooker. Y la anarquista Emma Goldman admitía: «Muchas veces pienso que nosotros, los revolucionarios, somos como el sistema capitalista. Sacamos de los hombres y mujeres lo mejor que poseen, y después nos quedamos tan tranquilos viendo cómo terminan sus días en el abandono y la soledad».
Aristóteles defendía que la virtud está en el justo medio entre dos extremos perniciosos, el uno por defecto y el otro por exceso. La sociedad encontró el justo medio entre el exceso de individualismo y de socialismo en el estado de bienestar. Mas, desde los 80, este sufre un desmontaje paulatino.
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Con el uso invasivo de las nuevas tecnologías, el neoliberalismo ha reactualizado la ética capitalista del trabajo y la ha extendido a todos los ámbitos de nuestra vida, incluido el ocio, convertido en negocio. La persona que no produce (parada, jubilada, con discapacidad…) es vista como una parásita y marginada y aislada. De resultas, en un mundo cada vez más poblado, se multiplican los individuos que se sienten como los personajes de Kafka: vacíos, profundamente solos, aun rodeados de gente con la que ya no se identifica, porque han perdido su rol social y, por ende, su sentido de pertenencia a una comunidad. Y así es como poco a poco y de manera silente va extendiendo sus tentáculos esa amante inoportuna, como canta Sabina, que se llama soledad.
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