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Josemari Alemán Amundarain

China escenifica su liderazgo

La paradoja es que son las autocracias las que reclaman un orden multilateral, al tiempo que piden más peso decisorio en ellas

Eduardo Mozo de Rosales

Viernes, 5 de septiembre 2025, 00:01

Tras la Segunda Guerra Mundial se crea un nuevo orden internacional, encabezado por la ONU y sus agencias: FMI, FAO, UNESCO, OIT y OMS, entre ... otras. Después vienen cuarenta años de guerra fría entre americanos y rusos, que solo deja fuera a algunos países no alineados, germen de los BRICS. Ni siquiera China, entonces en horas bajas, cuenta para nada. La caída de la URSS en 1991 permite un par de décadas de exclusivo liderazgo occidental. Pero años antes, China ya había despertado, apostando por un capitalismo de estado que, primero, le sacaba de la pobreza y después, tras su ingreso en la OMC en 2001, le convertía en la fábrica del mundo y en potencia económica. Un voraz Occidente, que sólo veía a China como una oportunidad de mercado, le regalaba todo su saber hacer, sin exigirle cumplir las obligaciones de la Organización Mundial de Comercio.

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Todo ello nos trae una nueva rivalidad entre potencias en la que Estados Unidos trata de concentrarse en su país y en limitar el avance tecnológico del rival. China, por su parte, apuesta por crear lazos globales, como la nueva 'ruta de la seda', con apoyo en infraestructuras y reparto de vacunas en países pobres, para proyectar una imagen amable, mientras recorta distancia con la todavía potencia hegemónica. Bajo la batuta china, el grupo BRICS se amplía y se va acuñando el concepto de Sur Global, por oposición al Norte Occidental. Cuando Putin invade Ucrania, Occidente busca, sin éxito, su censura moral en la ONU, comprobando además la escasa eficacia de sus sanciones económicas. Sin censura ni sanciones eficaces, solo nos queda el apoyo militar al invadido, pero la verdad es que solo ayudamos a Ucrania a no perder la guerra, pero no a ganarla, porque Rusia es potencia nuclear y eso cuenta y mucho. Tras el fiasco de Alaska y el abrazo chino a Putin, la cosa pinta mal.

Con la rivalidad servida, llega el segundo mandato de Trump, que desprecia el orden multilateral y dispara aranceles a diestro y siniestro, poniendo a Xi en bandeja presentarse al mundo como una alternativa más amable. La ocasión la pintan calva y el líder chino la aprovecha estos días con ocasión de la OCS, Organización para la Cooperación de Shanghái, que celebra su puesta de largo, con la asistencia de 25 jefes de estado de Asia, Oriente Medio y países próximos a Europa. Queda para la historia la entrada de Modi y Putin, paseando sonrientes y cogidos de la mano, para saludar a Xi. Ambos tienen buenas razones para ello: el ruso toca por segunda vez la alfombra roja, tras su 'reentré' internacional en Alaska y depende de China más que nunca, porque es quien le permite seguir la guerra. Por su parte, el premier indio, tras siete años sin pisar China, olvida líos vecinales y aprovecha para darle en el trasero a Trump, que le acaba de golpear con un arancel del 50 % por comprar gas ruso, mientras Xi y Putin estrechan relaciones y firman hasta un nuevo gasoducto. Menuda sorpresa y eso que las empresas occidentales, americanas incluidas, habían elegido India para reemplazar a China como proveedor de confianza. Modi, muy fino, anuncia que China e India, deben colaborar sin pensar en terceros países, léase EE UU. Conociendo el paño, todo apunta a que el líder indio volverá a mirar al tío Sam, cuando toque.

Xi Jinping se postula como factor de estabilidad frente a un impredecible Trump. Rechaza la guerra fría, pone en valor la ONU y la OMC e insta a Eurasia, espacio de alcance e interés futuro, a llenar el déficit actual en la gobernanza global y aprovechar su mercado. Toda una paradoja porque Norteamérica, artífice del mundo actual, renuncia a un orden internacional basado en reglas, mientras son las autocracias las que reclaman un orden multilateral, al tiempo que piden más peso decisorio en ellas. Occidente, o lo que queda de él, ha comprobado en la última década que la palabra democracia ya no tiene la magia de antaño. El encuentro concluye con un simbólico desfile militar, con Kim Jong-un y Putin presentes, que conmemora la rendición de Japón, porque China busca que se reconozca su papel en ella, quitándole brillo a la narrativa americana.

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La rivalidad marcará las próximas décadas, con la tecnología como escenario central, con USA cerrando las puertas de su conocimiento a China, que intenta remontar con sus propios medios, como ya ocurre con la IA. En cuanto al futuro, se habla de un mundo multipolar, por oposición al occidental que hemos vivido, pero lo cierto es que esta rivalidad puede alumbrar un mundo bipolar, con dos potencias a la gresca, dejando poco espacio para los terceros como Europa, una potencia exportadora, pero sin protección en esta nueva era. Puestos a elucubrar, tampoco podemos excluir una reedición del Tratado de Tordesillas, donde chinos y norteamericanos, puedan replicar lo acordado por españoles y portugueses hace 500 años y se repartan sus áreas de influencia, pero eso puede quedar para otro día.

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