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Economía de guerra

EL ZURDO ·

Antonio Chacón

Badajoz

Domingo, 13 de marzo 2022, 09:08

Aún no se ha marchado el jinete del Apocalipsis que, guadaña en mano, monta el caballo amarillo, cuando ha irrumpido en la vieja Europa el ... guerrero que cabalga a lomos del corcel rojo.

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Hace una semana, ante el Comité Federal del PSOE, el presidente del Gobierno ya avisó que se avecinan «tiempos duros» tras la invasión rusa de Ucrania. Y si alguien como Pedro Sánchez, que suele pecar de exceso de optimismo, lo dice, es para echarse a temblar. Pero los datos constatan que la situación económica es más que preocupante, con una inflación desbocada, no vista en 36 años, disparada por una escalada de los precios del gas que se ha contagiado a la electricidad, los carburantes y toda la cesta de la compra. Como explicó el presidente, «las guerras tienen efectos a miles de kilómetros y esta ha llegado cuando la sociedad europea empezaba a recobrar su vida y su economía». Y el efecto más patente es que la vida es más cara a este lado del nuevo telón de acero que ha levanto Putin. Ese es el coste que, como advirtió Sánchez, «hemos de afrontar entre todos».

Ahora, no es verdad, como aseguró el jefe del Ejecutivo el miércoles en el Congreso, que «la inflación, los precios de la energía, son única responsabilidad de Putin y de su guerra ilegal en Ucrania». No, la inflación venía subiendo de forma constante desde mediados del año pasado alentada por la incipiente recuperación. Tras el parón de producción por la pandemia, la demanda se recuperó muy rápido y con ella la de energía, y la oferta no fue capaz de reactivarse al mismo ritmo. Ello, unido a los cuellos de botella en el transporte internacional, provocó desabastecimiento, atascos en las cadenas globales de suministro y, por ende, subidas de precios en casi todos los bienes y servicios.

Por tanto, la guerra no ha causado la espiral inflacionista, pero sí le dará gas, nunca mejor dicho. El conflicto ha encarecido aún más la energía y podría hacerlo aún más si Putin corta el grifo del gas a la UE, en represalia por las sanciones, o EE UU y Reino Unido, como han anunciado, boicotean la importación de petróleo y gas de Rusia. También ha encarecido productos como cereales y el aceite de girasol de los que Ucrania y Rusia son grandes proveedores. Y si la guerra se enquista, corremos un serio riesgo de caer, como en los años 70, en la estanflación, combinación diabólica de alta inflación y estancamiento económico.

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La estanflación plantea a los Gobiernos y bancos centrales un dilema siberiano. Se ven obligados a elegir entre dos maneras de morir congelados: o bien tomar medidas, como reducir los tipos de interés, para impulsar el crecimiento económico, lo que agravaría la inflación; o bien optar por medidas para atajar la inflación, como subir los tipos, que ralentizan la actividad y, en consecuencia, generan más paro y pobreza.

Para espantar el fantasma de la estanflación, urge más que nunca una política económica común europea. En este sentido, en una entrevista con 'El Mundo', Paul Mason sugiere que «lo más honesto que puede hacer la UE hoy es establecer un directorio similar» al Ministerio de Guerra Económica que creó Reino Unido en 1939. El periodista y ensayista británico recuerda que ese ministerio hizo dos cosas: «Una, reordenar el comercio y la industria para resistir a la Alemania nazi. Y dos, preparar las acciones de sabotaje más efectivas de la Segunda Guerra Mundial. Blanco sobre negro: llevar a cabo acciones terroristas contra los nazis». Como dice Mason, «la guerra económica es nuestra única protección, porque no queremos entrar en guerra contra Rusia».

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