El ya célebre eslogan «¡es la economía, estúpido!» fue inventado por James Carville, asesor de Bill Clinton, durante las elecciones presidenciales estadounidenses de 1992. Hasta ... ese momento, el entonces gobernador en Arkansas y candidato demócrata a la presidencia de Estados Unidos partía con desventaja sobre su rival republicano, George Bush padre, que aspiraba a la reelección y se consideraba imbatible gracias a sus éxitos en política exterior, como el fin de la Guerra Fría y la Guerra del Golfo. Su popularidad llegó al porcentaje récord del 90% de aceptación.
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Entonces, Carville decidió enfocar la campaña en cuestiones más relacionadas con la vida cotidiana de los ciudadanos y sus necesidades más inmediatas. En concreto, en tres puntos con los que forró el cuartel general de Clinton: «Cambio vs. más de lo mismo»; «la economía, estúpido» y «no olvidar el sistema de salud».
La implosión del bloque soviético generó un seísmo financiero a principios de los noventa. Las maltrechas economías de los países del este de Europa se desplomaron y acabaron contagiando a las grandes potencias. Estados Unidos entró en recesión entre 1990 y 1991, lo que obligó al Gobierno de Bush a echar mano del recetario neoliberal: medidas de ajuste fiscal, privatización de empresas públicas y recorte del gasto público.
Clinton supo aprovechar la mala coyuntura y el descontento social que generó para ganarse al electorado tocándole donde más le dolía: el bolsillo. Supo convencer a los votantes que la recesión no se debía a la situación económica, sino a problemas estructurales. Y ganó.
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En España, por las mismas fechas, el socialista Felipe González también parecía invencible. Sin embargo, José María Aznar logró ponerlo contra las cuerdas en las elecciones de 1993, año en que el país sufría la reseca de los fastos del 92. Al final, el PSOE obtuvo una victoria pírrica, pero el PP cosechó una «dulce derrota» que le abriría el camino hasta la victoria en las generales de 1996. Amén de la corrupción, la economía fue el principal arma electoral con la que el PP de Aznar consiguió alcanzar el Gobierno.
Algo similar le ocurrió al PP de Mariano Rajoy, que reconquistó la Moncloa para los populares sumándose a la ola de descontento que levantó la Gran Recesión y los recortes que ejecutó el socialista José Luis Zapatero obligado desde Bruselas.
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El nuevo timonel popular, Pablo Casado, también se encomienda a la crisis económica generada por la pandemia de covid para recuperar el trono monclovita. Una vez más, el PP se presenta como el único partido capaz de sacar a España del pozo en que el PSOE la hundió.
Sin embargo, en esta ocasión el actual presidente socialista cuenta con el favor de Europa, que ha sustituido la palmeta que esgrimió en la Gran Recesión por la chequera. De resultas, el tahúr de Pedro Sánchez cuenta un as en la manga: el maná de los fondos europeos. De como juegue ese as dependerá en buena parte su reelección. Tiempo tiene por delante, dos años, aunque la quinta ola de coronavirus y sus efectos económicos por las restricciones sanitarias a las que obliga, así como la escalada de los precios de la luz, juegan en su contra. Lo que parece cada vez menos claro es que sea Cataluña lo que acabe con Sánchez. ¿Será la economía, estúpido?
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