Hay una corrupción penada por las leyes, la de casos como Mediador, Púnica, Gürtel o Kitchen, en los que los implicados abusan de lo público ... para obtener un beneficio privado o, como en el último, para tapar los vicios privados y afianzarse en el poder público. No obstante, hay otra corrupción incluso legal, pero igual de perniciosa para la democracia: esa que Adam Smith llamaba «corrupción de los sentimientos morales».
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Según el padre escocés del liberalismo económico, «la disposición a admirar, y casi a adorar, a los ricos y poderosos, y a despreciar o, por lo menos, a desatender a las personas de condición pobre y mezquina es la causa más grande y más universal de la corrupción de nuestros sentimientos morales».
Para Smith, como nos recuerda Elena Herrero-Beaumont, directora del 'think tank' Ethosfera, en 'El retorno de la ética' (ABC, 30 de enero de 2023), el ideal del capitalismo clásico está basado en que el mercado, los individuos y las empresas cobran un mayor protagonismo que los Estados y los gobiernos en el reparto de recursos en una sociedad. Los gobiernos sólo interfieren cuando hay imperfecciones de mercado, y las empresas tan sólo encuentran limitación a su actividad en las leyes del momento, pero sobre todo en la moral y la ética.
Sin embargo, el capitalismo actual disocia economía y ética y ha convertido en dogma la moraleja de 'La fábula de las abejas' (1714) de Mandeville: los vicios privados causan beneficios públicos. Por ende, la mayor parte de las decisiones empresariales obedecen a razones oportunistas, intereses particulares o fines egoístas, sin tener en cuenta el bien común. Eso de la responsabilidad social corporativa es cara a la galería. Desde esta óptica hay que juzgar decisiones como la de Ferrovial de cambiar su sede social a Países Bajos, un paraíso fiscal tolerado en el corazón de la UE.
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Pedro Sánchez ha reprendido al presidente de la constructora, Rafael del Pino, recordándole que «la patria no es solo hacer patrimonio, es ser solidario, arrimar el hombro y ayudar cuando tu país lo necesita». Pero don Dinero no tiene patria. Parafraseando la 'Canción del pirata' de Espronceda, su banco es su tesoro, su Dios la libertad, su ley la fuerza y el viento, su única patria la mar, a quien nadie impuso leyes.
Dice Victor Lapuente (Ethic, 28 de febrero de 2023) que el término capitalismo es confuso para definir nuestro sistema económico, porque la acumulación de capital sólo juega un papel minoritario y lo fundamental del mismo es que las mejoras en la vida son probadas en el mercado. Por eso, considera más apropiado llamarlo economía de libre mercado o, como prefiere la experta Deirdre McCloskey, 'market-tested betterment' («mejoramiento a través del mercado»).
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Mas creo que nuestra economía es cada vez menos de libre mercado y más capitalista, porque la acumulación de capital y no el mejoramiento de la sociedad a través del mercado se ha convertido en el objetivo central de multinacionales como Ferrovial. Por eso, paradójicamente, para garantizar la libre competencia es necesario vigilar y coartar la libertad del que acumula más capital, a fin de evitar que se imponga la ley del más fuerte. El propio Smith se opone frontalmente a los monopolios y los privilegios de los empresarios, de los que llegó a escribir que «tienen, en general, interés en engañar al público, e incluso en oprimirlo». «El interés de los empresarios siempre es ensanchar el mercado pero estrechar la competencia», advierte.
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