Fuera de juego
Hemos cerrado un acuerdo con Marruecos para organizar el Mundial. El gol se lo hemos metido a los saharauis, olvidando que lo hacemos en propia puerta
Golazo! La candidatura presentada por España, Portugal y Marruecos ha resultado vencedora y serán las naciones anfitrionas de la Copa Mundial de Fútbol que clausurará ... la década.
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A nadie se le escapa que en nuestro país, el fútbol es el deporte que cuenta con más seguidores y despierta una pasión inigualable, muchas veces excediéndose de lo razonable. Está tan arraigado en nuestra cultura, que me temo que su hipotética prohibición echaría a la calle, pancarta en mano, a más personas que las que se congregarían para celebrar el fin de todas las guerras del mundo.
Exageraciones aparte, lo que está claro es que este evento no solo genera entusiasmo entre las personas aficionadas, sino que tiene un impacto político y económico muy importante, tanto para los países organizadores, como para sus empresas. Implica una inversión masiva en infraestructuras, con el consiguiente auge para el sector de la construcción y dispara el turismo, la hostelería y el comercio. Hay que aprovechar la cobertura mediática global porque supone un escaparate único para promocionar la cultura, la historia y los productos propios. No obstante, también plantea desafíos. Es esencial recordar que un control efectivo del gasto público es vital para asegurar que en el balance final, el «haber» gane al «debe» y la aventura no salga tan cara como para no poder camuflarse ni con unos excelentes resultados deportivos. El mundo del fútbol, últimamente, conoce bien qué significa estar empañado por cuestiones diferentes a las que se producen en el terreno de juego.
En definitiva, España será protagonista y podremos disfrutar de toda esta retahíla de beneficios en 2030, un año que da nombre a la agenda propuesta por la ONU para el desarrollo sostenible del planeta y que apuesta por fortalecer la paz universal y el acceso a la justicia.
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Sin embargo, no todo es de color de rosa. Nuestra alianza con Marruecos supone «saltarse a la torera» algunos de estos objetivos y plantea preguntas éticas y políticas que merecen una reflexión profunda. El país alauita mantiene su ocupación del Sahara Occidental, un territorio no autónomo pendiente de descolonizar, siendo España, a día de hoy, la potencia administradora a la luz del derecho internacional.
Por lo tanto, el futuro del pueblo saharaui y la posibilidad de su autodeterminación, siguen siendo nuestra responsabilidad. Mirar hacia otro lado, no nos exime de ninguna de nuestras obligaciones y puede ser interpretado como un respaldo implícito a la posición de Marruecos en el conflicto.
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Pero de esto no se habla, no interesa. Hemos cerrado un acuerdo con un país que ha sabido jugar sus cartas de forma excelente, remando siempre a su favor, sabiendo sobradamente quiénes van a ser los únicos perdedores de este partido. No hace falta el VAR, ni esperar 7 años. El gol se lo hemos metido a los saharauis, olvidando que lo hacemos en propia puerta.
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