Entre el cambio y la continuidad
El resultado del PP, a distancia de la mayoría absoluta, y un posible intento de Sánchez por ampliar el perímetro de pactos para gobernar amenaza con prolongar la polarización extrema
La ajustada victoria del Partido Popular de Alberto Núñez Feijóo se quedó ayer a distancia de la mayoría absoluta que pretendía, incluso contando con los ... escaños obtenidos por Vox. El argumento empleado por el líder popular para que se respete a quien encabece la lista más votada como candidato a la investidura se vio debilitado al constatarse que la diferencia del PSOE respecto al PP es de catorce escaños. El escrutinio de las elecciones municipales del 28-M no logró mantenerse como una ola de cambio inexorable. Pero la corrección en las urnas de los pronósticos demoscópicos tampoco puede deberse únicamente a la remontada protagonizada por Pedro Sánchez. El cansancio generado por el sanchismo en amplios sectores de la población se midió en esta ocasión con las inquietudes que el cambio anunciado despertaba incluso más allá de los miedos ante la presencia de la ultraderecha. Se demostraría de este modo que la eventual perspectiva de que el país se constriña en derechos y libertades da lugar a un movimiento reactivo que obliga al ganador –a Núñez Feijóo y al PP– a manejarse con mayor claridad –y en esa media, con más riesgo político– de cara a postularse a la investidura a propuesta del Rey. Frente a la inercia continuista a la que se aferrará Pedro Sánchez, después de demostrar que se trabaja la política con más ahínco y moral de resistencia que el resto de los dirigentes de partidos.
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Aunque la peor noticia que podría derivarse del 23-J sería que la fuerza ganadora de las elecciones, el Partido Popular, y la segunda en escaños, el PSOE, se distancien aún más de lo que lo han estado en los últimos años. Ello cuando suman 248 diputados en el Congreso sobre un total de 350. Es de temer que se imponga la polarización y que Pedro Sánchez trate de hacer valer su propia trayectoria, entretejiendo una alianza con distintas fuerzas parlamentarias en torno a una coalición de gobierno previamente comprometida con Sumar.
Las expectativas electorales previas hacen que, tras el recuento de ayer, los vencedores aparezcan poco menos que como perdedores y éstos afronten la gestión de los resultados como si hubiesen triunfado en las urnas. Es el juego al que probablemente nos veremos abocados. Con la agravante de que, después de considerar que su política de alianzas superó ayer un examen muy difícil, Pedro Sánchez puede mostrarse dispuesto ahora a ampliar el perímetro de las complicidades para la gobernación de España al concurso diletante de Carles Puigdemont. Aunque el precio de cuatro años más de una polarización extremada puede dejar exhausto al país y devaluar su relevancia en el entorno europeo.
La sociedad española mostró sus preferencias políticas a julio de 2023. Corresponde a las Cortes Generales interpretarlas para los cuatro años de la próxima legislatura. Puede que el escrutinio de ayer haga que España se enfrente a la disyuntiva de optar entre la gobernabilidad inmediata del país y la repetición de elecciones para desempatar el ajustado resultado de esta votación en pleno verano. Lo que quedó en el aire es que pueda abrirse paso una nueva etapa en la que prevalezcan los intereses comunes de los españoles. La legítima defensa de proyectos diferenciados para el conjunto del país no puede impedir, en un sistema democrático basado en el pluralismo y el reconocimiento mutuo, la gestación de acuerdos y espacios compartidos. Avanzar sería eso. Lo contrario supondrá siempre un retroceso.
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