La belleza efímera de los cerezos en flor

UNA VIDA PROPIA ·

Marisa García

Badajoz

Sábado, 9 de abril 2022, 09:36

Este fin de semana posiblemente sea el último de este año en el que veremos el Valle del Jerte convertido en un mar de flores ... blancas. El fascinante paisaje que en las últimas semanas ha sido como un imán que ha llenado de turistas y ha revitalizado los negocios de la comarca cacereña languidece estos días y quizás eso forme parte de su encanto y nos haga apurar los últimos momentos para ir a verlo antes de que desaparezcan las flores. Justamente acabo de leer sobre ello en el recién publicado 'Pensar a la japonesa', en el que la escritora vietnamita Le Yen Maien, en una especie de viaje literario por el estilo de vida del país del Sol Naciente, explica en qué consiste el «hanafubuki» japonés, literalmente «nevada de flores de cerezo»: «Es el momento mágico en el que los sakura comienzan a caer creando una delicada tormenta de pétalos. Este concepto de belleza efímera es una metáfora de la vida humana, rica y bella, pero también frágil y fugaz» y destaca que «el florecimiento de los cerezos guarda una estrecha conexión con los ideales de la filosofía budista relacionados con la mortalidad, la meditación y la capacidad de vivir el presente».

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Lo que mueve a la marabunta de visitantes que invadimos el Valle del Jerte al inicio de la primavera para admirar esta belleza efímera, una maravilla a nuestro alcance a pocos kilómetros de casa, es algo parecido al «hanami», una tradicional costumbre de los nipones, que se reúnen a la sombra de estos árboles para disfrutar del intenso y momentáneo atractivo del florecimiento de los cerezos.

El hecho de que la floración de los cerezos sea tan efímera la hace más especial, y es que desde hace siglos este árbol se venera como símbolo de renacimiento y su máximo esplendor marca un momento de renovación.

La llegada de la primavera nos permite también disfrutar de pequeños momentos de felicidad con el colorido y olor de otras flores. En estos días paso varias veces debajo de las pérgolas que hay en el parque Bioclimático de Badajoz porque es una gozada admirar la belleza e impregnarse del olor de las hermosísimas glicinias con delicados tonos malvas y violetas que caen de ellas como si fuesen racimos. Es un placer y si deciden pasar por allí y se sientan en uno de los bancos a los que dan sombra, disfrutarán de un rato de paz y sosiego. Otra belleza efímera que no deberíamos perdernos en primavera es el florecimiento a finales de este mes de abril de la rosa de Alejandría en la Sierra de Alor, en la comarca de Olivenza.

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Si en las playas gaditanas los bañistas aplauden cuando se pone el sol por el espectáculo que acaban de presenciar, algo que me llamó la atención la primera vez que lo presencié, en Extremadura deberíamos aplaudir también por la belleza que la naturaleza pone a nuestro alcance cuando vemos miles de cerezos en flor en el Valle del Jerte, las glicinias desbordarse por algunos de nuestros parques o cientos de rosas de Alejandría (que no son amarillas como en la canción de Manolo García, sino de un fucsia intenso) formando improvisados jardines silvestres en medio de la sierra de Alor, uno de los pocos lugares en los que podemos encontrarlas.

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