El pasado domingo, mientras me tomaba el café de la mañana, escuché por primera vez la canción elegida para representar a España en Eurovisión. No ... estoy interesada en el concurso y por eso no lo sigo, pero al leer el título mi cerebro rápidamente envió una orden a mi dedo índice que hizo un 'click' en la tecla y ahí que me vi desconcertada primero, entristecida después y, finalmente, recordando a los Ramones cuando cantaban eso de 'I wanna be sedated', quiero estar sedado. En ese momento, yo también quería estarlo.
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No fue hasta por la noche cuando en X (antes Twitter) me topé con un post de RTVE que decía «Nebulossa lanza un mensaje de empoderamiento con su canción 'Zorra' en la gran final del #BenidormFest2024». La cosa se complicaba, empezaban a vendernos que la canción tenía un mensaje empoderante para las mujeres y además lo hacían desde la televisión pública. Pero como toda situación es susceptible de empeorar, que no de empoderar, apareció un vídeo de un responsable de programación de la misma cadena animando a un grupo de mujeres, y a quienes deduje que eran sus hijos e hijas, a cantarla. El bochorno que me produjeron las imágenes fue enorme pero no tanto como la preocupación. Verán ustedes, pasa que soy una socióloga que se dedica a la formación inicial del profesorado de educación primaria y aquello que vi no era empoderante, tampoco era posible encontrar algún elemento positivo de socialización.
Resulta ingenuo, si no cínico, pensar que la canción y el show burlesque de su puesta en escena (estoy siendo benevolente) vayan a modificar el significado social de la palabra zorra tal y como argumentan sus defensores. Dice la escritora y activista afroamericana Audre Lorde que «las herramientas del amo no desmontan la casa del amo». La realidad es que en nuestro modelo social sale muy rentable en términos económicos vender como transgresor lo que se lleva haciendo gratis durante siglos: llamar putas y zorras a las mujeres. No es revolucionario, es lucrativo y adaptativo pues parece sugerirse que no hay que cambiar la realidad, basta con que te adaptes a ella, que no te afecte que te llamen zorra. Verán qué risas cuando en mis clases empecemos a hablar de actuaciones que contribuyen a superar el bullying y diga que no pasa nada con que al niño le griten maricón o a la niña zorra, que la cosa está en resignificar las palabras.
No soy partidaria de la cancelación de la canción, en absoluto, y no le dedicaría esta columna si no fuera por la mentira que supone convertir la letra y todo su atrezzo en una reivindicación feminista. Es de una desfachatez sin límites. Tampoco lo hubiese hecho si el presidente del Gobierno no hubiera dicho «entiendo que a la fachosfera le hubiera gustado tener el 'Cara al sol', pero a mí me gustan más este tipo de canciones». De nuevo la trampa de las disyuntivas artificiales, «o esto o lo otro». Puedo comprender que en redes sociales se argumente con este tipo de falacias, pero en este caso sería deseable algo más de nivel y, por supuesto, de coherencia. Señor presidente, ni lo uno ni lo otro, ni zorras ni 'Cara al sol' y por los mismos motivos: por su valor simbólico, por su significado cultural y social que en ambos caso me genera rechazo. No nos pongan trampas, hace tiempo que aprendimos a identificar los cepos.
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Les dejo que tengo una cita con los Ramones.
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