El regalo de vivir

EL ZURDO ·

Antonio Chacón

Badajoz

Domingo, 14 de enero 2024, 08:57

Ayer leí un hilo en la red social X de Luz Sánchez-Mellado sobre un pequeño gesto que define a una gran persona, pues, como ... dice Montaigne, es en los actos donde se revela el hombre. Cuenta la periodista de El País que, cada viernes por la tarde, un compañero va mesa por mesa por la redacción y les regala un bombón y un «feliz finde» a cada uno de los «pringaos» que están currando. Este último viernes, ella le preguntó qué tal, después de las vacaciones. Y él le contestó: «Yo siempre estoy feliz».

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Al responderle ella «qué suerte», él replicó: «Después de lo que he pasado, cada día me parece un regalo». Luz explica que hace tres años, en plena pandemia, tras una operación, este hombre estuvo seis meses en un hospital, a punto de morir varias veces y arrastra secuelas, pero va feliz a currar y les regala un bombón, una sonrisa y un «feliz finde» a cada uno de sus compañeros, quemados a veces por chorradas, como forma de compartir su alegría por seguir vivo y currando.

Esta emotiva historia me hizo reflexionar sobre la tendencia de los seres humanos a no valorar la vida ni lo que tenemos ni a quienes tenemos a nuestro lado, y obsesionarnos con recuperar lo que perdimos y lograr lo que no tenemos. Así, nos pasamos la existencia sin disfrutar el presente, mirando con miope nostalgia el pasado y con hipermétrope ansiedad el futuro. En definitiva, nos pasamos la vida sin vivirla realmente o dicho de otra manera, fuera de la realidad. Porque la realidad es lo que es, no lo que fue ni lo que será. El pasado y el futuro no existen.

Con ello no llamo a ser conformistas. Se puede y debe luchar por mejorar nuestra vida continuamente y estar abiertos a renovarse o morir, pero sin olvidarnos de lo conseguido y de quienes nos acompañan, sin enfermar de insatisfacción. De lo contrario, se resentirá nuestra salud mental. No por casualidad el estrés, la ansiedad y la depresión son las enfermedades de nuestro siglo. Nuestra sociedad capitalista, al tener como motor económico el consumo, estimula en nosotros esa insatisfacción permanente, ese inconformismo compulsivo, pues, amén de mercantilizarlo todo, hasta las relaciones humanas, todo lo que produce tiene fecha de caducidad, nace para no perdurar. El objetivo es incitarnos a comprar y comprar en un vano afán por llenar nuestro vacío existencial. Sin embargo, cuanto más compramos, más insaciables y afligidos estamos, cual adictos.

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Esas pulsiones también las aguijonean las ideologías que prometen regresar a un paraíso perdido o asaltar el cielo, recuperar un pasado idealizado o conquistar el futuro. Son ideologías que alimentan y se alimentan del resentimiento de quienes creen merecer más que lo tienen y, sobre todo, más que otros que tienen lo que ellos no tienen o a los que culpan de arrebatarles lo que tenían. Son ideologías que catalizan y canalizan los miedos y las esperanzas de la gente, que se venden como vitales y son mortales.

Frente a ellas propongo seguir a Montaigne y, como él, tratar de vivir libre, libre, como detalla Stefan Zweig en su biografía de este polímata renacentista francés, de la vanidad y del orgullo, que es tal vez lo más difícil, del miedo y la esperanza, de las convicciones y los partidos, de las ambiciones y toda forma de codicia, del dinero y toda clase de afán y concupiscencia, de la familia y del entorno, de fanatismos, de toda forma de opinión estereotipada, de la fe en los valores absolutos. Y sobre todo, como concluye el poema 'No te detengas' de Walt Whitman: «No permitas que la vida te pase sin que la vivas».

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