Esta semana se han conocido nuevos datos para la desesperanza de los jóvenes. Según un informe de la Fundación Afi Emilio Ontiveros, la desigualdad ... entre padres e hijos se ensancha en lo que va de siglo: solo los mayores de 65 años han mejorado su nivel de riqueza, mientras que los más jóvenes ganan menos que hace 20 años y tienen más difícil acceder a la vivienda que sus progenitores.
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La brecha generacional no es una novedad de esta época. En los años 80 y 90, los jóvenes no lo teníamos más fácil para encontrar trabajo con un sueldo digno, emanciparnos y adquirir un piso a un precio asequible. En España, la inflación, el paro y los tipos de interés eran aún más altos que los de hoy. Lo que han cambiado son las expectativas. A los jóvenes de entonces nos movía la esperanza de que nuestro futuro sería mejor, de que la precariedad laboral era temporal, de que nuestros estudios y esfuerzos acabarían siendo recompensados y lograríamos vivir mejor que nuestros padres. En cambio, a los jóvenes de hoy les mueve el miedo a un futuro cubierto de nubarrones, en el que vivirán peor que sus progenitores. A ello se suma un presente en que la educación y la meritocracia han perdido su función de ascensor social. Los estudios y méritos ya no son garantías de un áureo porvenir. La precariedad no es coyuntural, sino estructural. 'Carpe diem' no es una opción, sino una obligación. Ya no se trata de vivir el día, sino de vivir al día.
Si en España la cosa aún no ha ido a mayores es, en buena parte, gracias al blindaje de las pensiones. Sí, porque ha permitido a los jubilados mantener a sus vástagos. El 37% de los padres mayores de 60 años han ayudado a sus hijos a llegar a fin de mes en el último año, según un estudio de la Fundación BBVA, que concluye: «La función social que realizan estas personas mayores de 60 años con sus familias supone el sustento social de las generaciones más jóvenes, que de no existir incrementaría las brechas de la desigualdad social en nuestro país».
No obstante, además de carencias materiales, los jóvenes de hoy adolecen de carencias existenciales. Se sienten desamparados en un mundo cada vez más hostil y competitivo en el que rige la ley del 'sálvese quien pueda'. Este panorama desolador explica, en buena parte, el aumento de los casos de suicidio, depresión o ansiedad entre los jóvenes actuales. También explica su creciente nihilismo e individualismo y su creciente atracción por soluciones políticas populistas, reaccionarias y antisistema, como se ha visto en Argentina, donde la juventud votó en masa al ultra Javier Milei harta de una casta política 'tradicional' que les ha despojado no solo de la camisa, sino de algo peor, la esperanza.
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En definitiva, los jóvenes no necesitan solo vivir mejor, sino una razón para vivir.
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