Vara fue una anomalía en política. Lo fue porque a él nunca le movieron los rencores. Y es seguro que pudo sentirlos en carne propia. No le faltaron enemigos ni críticos. Ni traiciones. Sobre todo entre sus propios compañeros de partido. Si experimentó odio o deseos de venganza por algo que le hubieran dicho o hecho, cosa comprensible por otra parte, nunca lo demostró. Ni con sus actos ni con sus palabras.
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Puedo asegurarlo porque lo vi y lo viví en directo durante mucho tiempo. Dirigía el diario HOY de Extremadura cuando él perdió la Presidencia de la Junta, tras caer frente a Monago en las elecciones de 2011. En aquellos cuatro años tan complicados para él y su familia, que lo fueron de soledad política y pública, de resistencia numantina, de fracaso y decepción, de psicología y diván, fue atacado sin piedad. En nuestras páginas leyó muchas críticas de analistas y opinadores, declaraciones de políticos de todo pelaje, alguno de los cuales no alcanzaba en calidad humana la altura de la suela de sus zapatos. Yo mismo le critiqué bastantes veces. También después, cuando recuperó el gobierno regional en 2015.
Así mismo pude ver, no una ni dos veces, cómo los asistentes a cualquier acto social en el que participara le huían o le ignoraban y le relegaban a un rincón... Sí, hubo meses entre 2011 y 2015, muchos, en los que Vara fue una especie de apestado. En el periódico contamos bastante de lo que Rodríguez Ibarra maniobró para hacerle la vida imposible dentro del partido. También comprobé cómo le trató y cómo trató de acabar con él Iván Redondo, al servicio de Monago por aquel entonces y convertido años después en asesor destacado de Pedro Sánchez.
Sin embargo, y pese a todo, jamás vi que nada de aquello tuviera consecuencias en su talante. Igual que encajaba algunas columnas de opinión de Martín Tamayo o Manuela Martín en el HOY, afiladas como cuchillas, así lo encajaba todo. Aplicaba altas dosis de templanza, hablaba mucho, se desahogaba por teléfono, intentaba explicarse, pero jamás respondía con la misma moneda. En paz. Por todo lo anterior digo que Vara fue una anomalía en política. Por ello y porque nunca fue aceptado completamente en el PSOE extremeño. Fue un cuerpo extraño, consentido y necesario, en efecto, pero extraño al fin y al cabo. Tras el ibarrismo no llegó el guillermismo. Ni el «ibarrismo por otros medios», que era lo previsto. Llegó Vara. De todos modos, creo que lo hubiese sido, un cuerpo extraño me refiero, en cualquier partido. Un hombre excepcional como él rara vez sobrevive a los pozos de cocodrilos que rodean los aparatos del poder.
En realidad, Guillermo Fernández Vara fue una especie de milagro que siempre echaremos de menos. Profundamente.
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