Aprieta un calorcillo desacostumbrado. Has salido con chaqueta y ahora te quedarías en cueros. Bajo el sol inmisericorde florecen las terrazas, cual oasis urbanos. Sudoroso ... y esquivo, oyes a un compañero de gimnasio llamándote bajo un parasol bienhechor. «Tómate algo», dice, y tú piensas que, total, como os habéis conocido en el sudor no importa que ganéis juntos las calorías cuya pérdida compartís. Alegría.
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Entre el fresquito, el hambre y la tarde larga, la caña ha devenido en unas bravas y alguna que otra ración de exquisita fritanga. El placer culinario se torna directamente proporcional a la culpa. Tanto gimnasio, tanto reloj cuentapasos y tanto propósito de adelgazar echado a perder por un puñado de calamares. «Tómate algo», dice el anuncio de ese medicamento que promete dejarte el cuerpo cual semianoréxica influencer. Chute y vuelta al plato de oreja.
Ya en casa, el estómago se empeña en recordarte que no estás para esos excesos. «Tómate algo», dice tu cónyuge. Antiácido y a esperar. ¡Ah, y un laxante!, que llevas varios días sin comer verdura.
Con el vientre consolado, o no, hay que irse a la cama, ese lugar en el que antes dabas más vueltas que las croquetas que aún tienes a medio digerir y donde las horas sin luz parecían eternizarse. «Tómate algo», te dijo una amiga. Pastilla y a esperar que Morfeo se instale entre tus sábanas.
La noche se ha dado regular y el día se presenta lejos de ser ocioso. La cabeza ha decidido instalarse en otro cuerpo, pero te ha dejado un dolor allí donde solías sentirla. «Tómate algo», dice un compañero. Analgésico al canto y a otra cosa.
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Puede que tu trabajo, lejos de un castigo bíblico, sea un paréntesis, más o menos satisfactorio, entre el resto de tus tareas 'complementarias' –casa, hijos, padres, comidas…– demandantes, también, de esfuerzo y responsabilidad. Así, ante un frigorífico suplicando ser llenado –u ordenado– y una cazuela esperando –reclamando– a que decidas con qué llenarla, lo mejor es darte al uso terapéutico del vino que vas a echarle al pollo. «Tómate algo», te dices, justificando que a partir de las doce beber sola es aperitivo, no alcoholismo.
Incluso parecería que tu vida –lorzas, trabajo, responsabilidades, cansancio… aparte– es perfecta. ¿Qué más quieres? Estás obligado a ser feliz. Pero, a veces, todo te parece nada y la nada se te vuelve un todo agresivo. A veces no sabes para qué tanto vivir. «Tómate algo», te dice un médico o un amigo que parece entender tus tonterías. Total, una píldora para sentirte mejor tampoco es para tanto.
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Vivimos en la sociedad del «tómate algo». Para ser felices, evacuar el vientre, dormir o despertarnos. Enganchados a la inmediatez, al consumo y al miedo al dolor. Buscamos una solución rápida, aunque sea artificial, para todo, sin pensar en las consecuencias.
Y es que, sin apenas notarlo, hemos decidido que es más fácil tapar los síntomas que pararnos a enmendar las causas.
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