Lecciones de abismo

Los nuevos silencios

Aparentar se ha vuelto una actividad prioritaria

Alonso Guerrero

Viernes, 16 de mayo 2025, 22:59

Con la revolución digital iniciamos una época caracterizada por la paulatina merma de libertades. Nadie sabe cómo se ha producido este progresivo recorte en las ... relaciones entre el hombre y el poder, pero va paralelo a una imposición de silencios que antes no conocíamos. La necesidad de protestar ya no es tan importante, tampoco la de tener derechos, pese a que formalmente tenemos tantos que se quitan la palabra unos a otros, como Motos y Broncano. Tales imposiciones hace tiempo que llegaron a la política. La política ya no escucha al votante, y el votante permanece indefenso ante la política. Pero hay más silencios: lo que elegimos suele tomar el camino de lo que nos dictan. La única libertad viene de arriba, no tenemos otra. Vivimos una especie de entretenimiento totalitario que nos ha despojado de los momentos de soledad que antes formaban parte de nosotros, y ahora son despreciados socialmente porque no se pueden mostrar en Facebook. En efecto, aparentar se ha vuelto una actividad prioritaria: otro silencio, porque aparentar nos va quitando la parte de verdad que podíamos ofrecer a los demás, incluso a nuestros hijos. Nos hemos convertido en maniquíes de escaparate: sólo el que marca las tendencias puede cambiarnos de ropa. No nos dejamos tocar por otro.

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Acaba de surgir un nuevo concepto de éxito: consiste en guardar silencio, en acatar lo establecido. Existe la verdad desnuda, pero nadie la ve si no lleva un sujetador de Intimissimi. Elegimos nuestras marcas –no hay muchas otras formas de ser libres–, pero nos hemos quedado sin voz propia. Nuestra especialidad empieza a ser el silencio, la rutina marcada por el trabajo y una vida interior cada vez más desértica. Ahora es más difícil unirse para mostrar que estamos contra algo, porque para unirse hay que hablar el mismo lenguaje, y el lenguaje, sea cual sea, está desapareciendo. Vuelta a Babel. La vida es una traducción simultánea que encargamos a Google. Se acabó la palabra escrita, se acabó la verdadera profundidad, la reflexión, el intercambio de pareceres, y menos si ese intercambio es apasionado. Bienvenidos al mundo de las multitudes, muy parecido a las películas de Cecil B. DeMille. Parece la única forma de que le den el Óscar a nuestra coreografía de quietud y obediencia.

Caemos por el tobogán del neoliberalismo, que desde que se vino abajo el Telón de Acero tiene una cara cada día, y esa cara aparece en todas nuestras búsquedas de internet, sean deseos, miedos o esperanzas. Amamos hasta sus enormes injusticias, y ahora ya sabemos que al infierno dantesco se llega con una wifi, aunque Tik-Tok nos obligue, para pagar a Caronte, a bailar reggaetton de tres en tres, disminuir nuestro coeficiente intelectual e ir ligeros de ropa. El consumo, las redes sociales, el iPhone, el inmenso vacío que nos sale en las radiografías, lo diva que nos parece Melody, la desaparición de los horizontes que antaño teníamos y la afición que le hemos cogido al simulacro: silencios. Todos son silencios. El silencio de Bernarda Alba. Hemos iniciado una vida silenciosa, funeraria. Permanecemos todos de pie en nuestro mausoleo colectivo, firmes como soldados de terracota.

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