El Domingo de Resurrección, en su tradicional mensaje 'Urbi et Orbi', el papa Francisco recordó que en esta «Pascua de guerra hemos visto demasiada sangre, ... demasiada violencia» y «nuestros corazones se llenaron de miedo y angustia, mientras tantos de nuestros hermanos y hermanas tuvieron que esconderse para defenderse de las bombas». Y nos exhortó a que «no nos acostumbremos a la guerra» y nos comprometamos todos «a pedir la paz con voz potente». Asimismo, explicó que mirando las «llagas gloriosas» de Cristo resucitado «nuestros ojos incrédulos se abren, nuestros corazones endurecidos se liberan y dejan entrar el anuncio pascual: '¡La paz esté con ustedes!'».
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Mas en nuestra sociedad, «a menudo degradada por tanto egoísmo e individualismo», que diría el pontífice, nos negamos a mirar las llagas del que sufre, porque hieren nuestra sensibilidad. Vivimos en «una sociedad positiva y paliativa» que rechaza todo tipo de negatividad, que padece fobia al dolor, como diagnostica Byung-Chul Han. Este filósofo surcoreano critica cómo el exceso de positividad y la imperante necesidad de estar siempre felices nos obliga a evitar cualquier atisbo de sufrimiento y nos lleva a un estado de anestesia permanente. Este estado impide el conocimiento, la reflexión y la crítica y reprime la verdad. Y como decía Adorno y recuerda Han, «la necesidad de prestar voz al sufrimiento es condición de toda verdad». En cambio, incide Han, el dispositivo de felicidad aísla a los hombres, los vuelve narcisistas y conduce a una despolitización de la sociedad y a una pérdida de la solidaridad. Cada uno debe preocuparse por sí mismo, de su propia felicidad. El sufrimiento, del cual sería responsable la sociedad, se privatiza y se convierte en un asunto psicológico. Lo que hay que mejorar no son las situaciones e instituciones sociales, sino nuestros estados anímicos. «Así es como la psicología positiva –la que prescriben los charlatanes de la autoayuda– consuma el final de la revolución», sentencia Han, pues «el fermento de la revolución es el dolor sentido en común».
La sociedad paliativa, advierte el pensador oriental afincado en Alemania, se inmuniza frente a la crítica insensibilizándonos mediante medicamentos o induciéndonos un embotamiento con ayuda de los medios, los videojuegos y las redes sociales, que actúan como anestésicos. «El veredicto general de la sociedad positiva se llama 'me gusta'. Es significativo que Facebook se negara consecuentemente a introducir un botón de 'no me gusta'», subraya Han.
Por ende, rechazamos las noticias que nos muestran el sufrimiento ajeno y nos sacuden como un puñetazo en la boca del estómago. Un ejemplo sintomático es lo que me contó un compañero: que su cuñado había cancelado su suscripción a HOY.es y otros periódicos digitales por publicar imágenes de cadáveres de niños y otras víctimas de las matanzas perpetradas por las tropas rusas en Ucrania. Y es que, lamenta Arturo Pérez-Reverte, «un mundo que ha sustituido la razón y los hechos por los sentimientos es incapaz de asimilar la barbarie de la guerra». Sin embargo, como enfatiza el escritor y antiguo reportero, «hay que mostrar la salvajada de una guerra como es; hay que cortarle el desayuno, la comida y la cena a espectador que esté en su casa viendo el telediario», porque «cuando no hacemos eso incumplimos nuestra obligación como informadores»: contar la verdad. Y «la verdad os hará libres», dijo un tal Jesús.
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