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Aburridos

EL ZURDO ·

Antonio Chacón

Badajoz

Domingo, 27 de noviembre 2022, 07:52

Está muy extendido el mito de que el aburrimiento es el germen de la creatividad. Walter Benjamin llamaba al aburrimiento profundo «el pájaro de ... sueño que incuba el huevo de la experiencia». En la misma línea, otro filósofo, Jorge Freire, autor de 'Agitación. Sobre el mal de la impaciencia', sostiene que «el aburrimiento es lúcido». Mas, a mi juicio, confunden aburrimiento con reposo, que sí es la partera del pensamiento, pues para pensar se necesita parar, descansar.

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En nuestra sociedad del rendimiento, en cambio, no paramos ni en nuestro tiempo libre, del que acabamos siendo esclavos, pues intentamos rentabilizarlo al máximo para matar el aburrimiento, saltando de actividad en actividad sin ton ni son, lo que nos genera más estrés, ansiedad y fatiga crónica.

Somos lo que Freire ha bautizado como 'Homo agitatus', un hombre que se entrega a «hacer cosas» para disfrazar su impotencia. Es, ilustra el pensador madrileño ('Filosofía&Co', 31 marzo de 2020), «Ixión –condenado por Zeus al Tártaro, donde fue amarrado con serpientes a una rueda de fuego que jamás se detenía–, es Sísifo –condenado a empujar eternamente montaña arriba una enorme roca que cae al llegar a la cima–, es la danaide que, encerrada en el Tártaro, tiene que llenar una barrica que invariablemente se vacía; y es también el hámster que corre y corre en su ruedecita sin llegar a ningún sitio».

Por tanto, «nunca, nunca, uno se puede sentir contento, ni feliz, ni a gusto, con el aburrimiento; eso no es aburrimiento», como afirma Josefa Ros Velasco ('El País', 26 de noviembre de 2022), autora de 'La enfermedad del aburrimiento'. Para esta filósofa murciana, Premio Nacional de Investigación, el aburrimiento «es un estado de malestar que surge cuando nuestra relación con el entorno deja de satisfacernos». Y, por lo general, «es malo porque duele, pero bueno porque conviene», es una señal de alerta: «Gracias a experimentar ese malestar, te sientes instado a introducir cualquier novedad en tu contexto para dejarlo atrás», a buscar la manera de huir de él. En este sentido, recalca, es «esencial en la evolución de nuestra especie».

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Pero cuando no podemos huir de esa realidad que nos aflige, el aburrimiento se puede convertir en algo crónico, disfuncional y patológico, como ella ha observado en las residencias de mayores, y puede traducirse en comportamientos perjudiciales para uno mismo: consumo de drogas o alcohol, reacciones violentas, autolesiones... Y esas reacciones pueden causar o agravar trastornos mentales –como la depresión o la ansiedad–, alimenticios o del sueño y hasta provocar impulsos suicidas.

Según Ros, también se pueden aburrir los países y sociedades. Ocurre cuando el presente se ha quedado obsoleto, ya no satisface las necesidades y expectativas de los ciudadanos. Y «cuando un país se aburre, suele suceder una revuelta». El aburrimiento, por tanto, también puede ser motor de la Historia. Actualmente, Ros percibe que esa presión de que tenemos que sacarle producto a cada cosa que hacemos, es decir, esa «ética capitalista del trabajo llevada a la vida personal, al ocio, a todo», «nos tiene aburridísimos». Y ese «hastío ha crecido muchísimo y, si va a seguir aumentando, esto nos conduce a un quiebre mental, a una de esas reacciones explosivas frente al contexto que ha generado ese aburrimiento», advierte. Por ello, cree que «va a acabar estallando este sistema, pero ¿cuándo?». Ya avisó Nietzsche: «Por falta de sosiego, nuestra civilización desemboca en una nueva barbarie».

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