«No podíamos olvidar los felices que fuimos con Lía»
Miguel Romero cuenta en un libro ilustrado lo que le enseñó la teckel que crio
Miguel Romero crio varios perros antes de ser padre. Pero con los niños en casa se complicó lo de los animales cerca. Tuvo que esperar a que crecieran para encontrarse con Lía, una teckel sin rabo. Se le cayó una puerta encima al animal y el dueño de la camada la descartó. «De grandes ojos tristes», la define Miguel en el libro ilustrado que ha dedicado a Lía. Diez años en la familia estuvo. Murió de una cardiopatía. Sin lamentos y siempre alegre a pesar de la enfermedad de los últimos meses, recuerda. «Le teníamos tanto amor a Lía que no podíamos dejar en el olvido lo feliz que habíamos sido con esa perra».
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No olvida la mirada humana del animal. Parecía entender lo que siempre le decía. La relación de Miguel y Lía es una de esas historia mínimas, que quizá no tenga más trascendencia fuera del salón de casa. Pero la convierte en libro porque en realidad encierra una lección universal sobre los ciclos de la naturaleza. «Un niño puede nacer casi a la vez que su mascota, pero no se da cuenta que a los diez años él sigue siendo un niño y su mascota ya es una anciano que morirá pronto». Por eso espera Miguel que muchos niños se acerquen a este libro ilustrado. No cree que los sentimientos entre el hombre y el animal se diluyan tan fácilmente.
«Es fundamental enseñarles el ciclo vital de la naturaleza». La enfermedad, la fragilidad, la incertidumbre forman parte de la vida. No hay que envolver a los niños, cree, en una realidad pueril y de color de rosa. Hay situaciones, explica, que a todos nos impactan y a las que todos tenemos que hacer frente. «Pocos libros explican a los niños cómo superar el duelo de una pérdida. Eso es una fábula universal porque nos prepara para la vida adulta».
Por eso ha compartido su experiencia. Hay recuerdos de los animales con los que uno convive que no se borran nunca. Recuerda Miguel que Lía siempre dormía bajo su cama.
Al enfermar ya no pasaba de la cocina. No podía subir las escaleras. Estuvo varios meses en la planta baja enferma. Hasta que una noche subió sin hacer ruido y se fue otra vez, mucho tiempo después, bajo la cama de Miguel. Nunca más se despertó. Fue su último gesto de lealtad.
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