Los hijos de la frustración
La generación Z rompe con las señas de identidad de sus predecesores y extiende sus protestas por todo el mundo
La mariposa ya no necesita esforzarse. En el siglo XXI, no debe aletear vigorosamente para provocar un huracán en sus antípodas. Las redes sociales transportan ... esa agitación acelerando la teoría del caos. Lo que resulta complejo es señalar cuándo y dónde comienza ese batir, el momento y el lugar en el que se produjo la primera protesta protagonizada por los miembros enfurecidos de la generación Z. Tal vez fue en Myanmar en 2021, quizás en Sri Lanka un año después. Lo cierto es que la propagación se ha intensificado en los últimos dos años, con manifestaciones más o menos violentas y exitosas en países tan diferentes y lejanos entre sí como Filipinas, Nepal, Mongolia, Marruecos y Madagascar. ¿Pero quiénes son estos lepidópteros de última hornada? Tratamos de caracterizar a los jóvenes nacidos entre 1997 y 2012.
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Cualquier acercamiento ha de ser cauteloso, según Mariano Urraco. «Ante la noción de generación los sociólogos ponemos un cartelito de advertencia al lado, como el que se coloca junto a los extintores y que recomienda manejar con precaución», asegura este profesor de la Universidad Complutense de Madrid, que advierte de que es muy complicado meter a todos los jóvenes en el mismo saco. «Hay que tomar cierta cautela al hablar en estos términos en un determinado país y, aún más, a nivel planetario».
La frustración se antoja, dice, el nexo en común de estos individuos airados. «La decepción respecto a un futuro que no acaba de llegar alimenta los movimientos sociales», señala este especialista en sociología de la juventud. En España y otros países occidentales, se trata de individuos que no alcanzan las expectativas que se hicieron. Los grupos de edad precedentes gozan de una vida asegurada a la que no tienen acceso. «Se ha socializado la idea de estabilidad pero para ellos todo ha sido crisis», indica y recuerda que los ideales sobre meritocracia, ascenso social y estabilidad laboral, valores en los que han crecido, ya no se cumplen. «Se encuentran ante una situación de culpa por problemas que les afectan, aunque no son sus culpables. Además, la sociedad les responsabiliza y les demanda una resolución».
La falta de unas características determinadas también es argüida por Maite Aurrekoetxea, profesora de Sociología en la Universidad de Deusto. «Se habla de identidades múltiples», alega e, incluso, apunta que huyen de las etiquetas, son camaleónicos y fluidos. «Pero, a la vez, buscan lo auténtico, la naturalidad, y manifiestan cierta ingenuidad». Esa diversidad se halla íntimamente ligada a su conexión con el entorno digital. «No es en el que se han socializado, sino que es parte de ellos, no se desconectan. Asimismo, les da sentido de comunidad a través de pequeños grupos como los de WhatsApp».
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«La decepción respecto a un futuro que no acaba de llegar alimenta los movimientos sociales»
El individualismo es la principal consecuencia de esta vida virtual. El sistema reconoce y satisface las necesidades del sujeto instalado permanentemente frente a un teléfono móvil o una tablet. «Sus expresiones no son como las de los jóvenes de otras generaciones, podríamos decir que le han dado la vuelta», indica y añade que primero sitúan sus demandas y, en segundo plano, las comunitarias. «Pero en causas que les afectan directamente y puedan obtener beneficios. Sí, van detrás de un eslogan, aunque lo que les interesa son cuestiones determinadas y a corto plazo», señala. «No están ideologizados, son pragmáticos».
El retroceso democrático
Todos los caminos por los que discurren los jóvenes parecen desembocar en internet. Cuando estalló la Primavera Árabe se pensó que las redes sociales impulsaban la democratización de la sociedad. «Pero no ha pasado eso, sino todo lo contrario. Aquello fue un espejismo», lamenta Darío García de Viedma, investigador para política tecnológica y digital del Real Instituto Elcano. «En parte, ha sido debido a su influjo porque han erosionado la cohesión social», revela. «Los movimientos se están desvaneciendo y los que surgen son excepciones ante la creciente desmovilización. Antes, Facebook o X creaban comunidad, pero estas plataformas no existen para los Z. Ellos no hablan con nadie y no se enteran de lo que sucede».
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El evidente y general acoso al Estado de Derecho, no obstante, ha espoleado sus protestas. El retroceso democrático ha sido la espoleta que los ha movilizado. La entidad sueca V-Dem, alojada en la Universidad de Gotemburgo, pulsa la salud de la democracia en el mundo y sus informes afirman que, en 2020, 87 Estados que comprenden el 68% de la población mundial vive en regímenes autoritarios, frente al 48% sólo una década antes. Ahora bien, los manifestantes han protestado contra las elites, pero sus requerimientos han sido muy precisos. En Nepal y Mongolia denunciaban los privilegios de los 'nepokids', los hijos mimados de los dirigentes; en Madagascar, los cortes de electricidad; y en Marruecos, el hecho de que se instalen equipamientos médicos en los estadios para el próximo Mundial de fútbol y que, en cambio, los hospitales estén desprovistos de existencias».
La frustración es el término clave, una palabra que se repite con todos los interlocutores. «Unos hablan inglés, otros no; algunos son universitarios y muchos carecen de estudios formales, pero la gran mayoría tiene conectividad, siquiera temporal, acceden al mundo y comparan las condiciones de vida».
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Tres rasgos de estos procesos caracterizan a sus promotores. «El carácter visual de la información moviliza más», sostiene el analista. Las imágenes del Parlamento de Katmandú asaltado e incendiado, y la del lanzamiento a un río del ministro local de Finanzas, alentaron la iniciativa de otros. «Hablamos de consumidores de vídeos cortos, no de páginas de texto, y secuencias de este tipo influyen más que las ideas». La utilización de Discord, una plataforma de voz y mensajes diseñada para 'gamers' o jugadores, evidencia el cambio de hábitos. Además, el acceso a la información está condicionado. «El algoritmo busca lo que atrapa su atención y están viendo contenido político que les afecta», dice.
La movilización efectiva, en última instancia, queda limitada. No se trata de un movimiento que se construya poco a poco, en el que se presenten denuncias y argumentos, o se colabore con grupos afines, según su estudio. «Todo se concentra en un tema hoy y otro, mañana. No existe un debate de larga duración», expone, dando cuenta de la condición efímera de la iniciativa. «Al final queda la decepción individual».
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Curiosamente, estos procesos carecen de dirigentes. Al parecer, la generación Z no tiene proclamas ni guías. «Identificamos a algunos, pero no son líderes sino voces importantes que difunden información, pero no toman decisiones, árbitros o moderadores en Discord que se esfuerzan para que el diálogo sea constructivo».
«Consumen vídeos cortos, no páginas de texto, y secuencias de este tipo influyen más que las ideas»
Cierta sensación de impotencia se desprende de todos los argumentos esgrimidos. Parece que la generación Z está abocada al fracaso, a un sálvese quien pueda tras los fuegos artificiales de estas protestas. Tal vez no sea así. García de Viedma esgrime que lo sucedido se puede convertir en una semilla fructífera. «Han vivido un evento canónico en su juventud y, si se organizan, volverán porque si lograron algo, será más fácil volver a intentarlo», aduce. El investigador recurre al ejemplo de Chile, que asistió a una importante agitación política universitaria en 2010 que se repitió en 2019. «Cuando se vuelven adultos llegan a otras capas y regresarán a la calle si no obtienen respuesta para sus necesidades».
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Aurrekoetxea también rechaza la claudicación y el pesimismo. «Quizás son niños de 20 años, pero también creo que se abren pequeñas ventanas, las experiencias enganchan, estimulan una lectura crítica, y ese espíritu se contagia. Esto no quedará aquí, calará en muchos», opina.
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