¿Qué ha pasado este viernes, 5 de diciembre, en Extremadura?

Desde que tuve covid nada huele igual

UNA VIDA PROPIA ·

Marisa García

Badajoz

Sábado, 3 de octubre 2020, 10:00

Mi sentido del olfato ha cambiado desde que tuve coronavirus. De hecho, seis meses después sigo oliendo cosas que no están en el ambiente, como le ocurre a gran parte de los que han tenido covid, pero es una suerte si esta es la única secuela que nos ha dejado el virus. No fui consciente de tener la enfermedad, creía que era una gripe fuerte porque no tenía fiebre, pero perdí el olfato y me di cuenta sobre todo por la lejía, un producto que utilizaba constantemente y que antes olía muy fuerte pero en esos momentos no era capaz de percibir.

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Como le pasa a la mayoría de los enfermos de covid que han perdido el olfato, poco a poco lo estoy recuperando. Pero peor que la anosmia fue cuando aparecieron las alucinaciones olfativas –«fantosmia» lo llaman, que parece un cachondeo pero no lo es–, que aún persisten a pesar de que han pasado muchos meses. Percibo un olor –casi siempre desagradable– que no existe y nadie más nota. Dicen los expertos que el coronavirus altera la capacidad de identificar los olores correctamente, aunque en mi caso hay algunos que no identifico porque nunca antes los había advertido, como uno que se asemeja a flores podridas. Percibo algo en descomposición a mi alrededor. Un olor que aparece, dura un tiempo y desaparece de repente. A veces es tan persistente que me estresa y agobia, y algunas noches hasta me ha impedido conciliar el sueño, porque normalmente cuando olemos algo que no nos gusta, tratamos de evitarlo y nos marchamos donde no lo notemos. Pero no es posible, ese olor te acompaña allá donde vas, y hasta te da la sensación de que eres tú la que huele así. Afortunadamente conforme pasan los meses la 'fantosmia' se va atenuando, no es tan frecuente y los olores son menos intensos, pero sigue apareciendo de vez en cuando.

Cuando tienes alteraciones del olfato te das cuenta de lo importante que es este sentido. Nuestro cerebro alberga gran cantidad de olores y los asocia con sentimientos y emociones, una memoria olfativa que nos hace evocar el pasado con facilidad. Los olores transportan a nuestra memoria, la hacen viajar en el tiempo porque asociamos algunos con la infancia u otros momentos vividos. A veces, como en mi caso, el olor a tierra mojada o a jazmín nos mejoran el ánimo porque nos recuerdan momentos agradables y con otros olores rememoramos instantes que querríamos olvidar.

Siempre me han llamado la atención las numerosas alusiones que Gabriel García Márquez hace de los olores en todas sus obras para que los lectores se involucren en la historia. «Ella hablaba de Macondo como el pueblo más luminoso y plácido del mundo, y de una casa enorme, perfumada de orégano, donde quería vivir hasta la vejez...», escribe en 'Cien años de soledad'. Todo tipo de aromas impregnan los libros del colombiano, y con algunos de ellos nos acerca a su tierra caribeña, como el explícito 'El olor de la guayaba', el libro que muestra las conversaciones con su amigo Plinio Apuleyo Mendoza.

Los que padecemos «fantosmia» por la covid esperamos que desaparezca pronto porque los olores no son como el penetrante e intenso de la guayaba. Pero mientras tanto tendremos que tomárnoslo con sentido del humor, y al igual que no sabíamos qué responder cuando oíamos la pregunta de aquel famoso anuncio de finales del siglo pasado dirigido por Isabel Coixet ¿a qué huelen las nubes? Pues lo mismo pasa ahora con unas cuantas cosas que para algunos que hemos tenido covid no huelen como antes.

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