Manoli Martín
Voluntaria en diferentes asociaciones y organizaciones que durante su vida ha luchado por mejorar lo derechos de los vecinos del barrio Gurugú en Badajoz
María Isabel Hidalgo
Badajoz
Lunes, 3 de julio 2023, 07:12
Alrededor de los años setenta no había escuelas en el barrio del Gurugú de Badajoz. Unas casas alquiladas por el Padre Tacoronte fueron las primeras ... aulas que pudieron disfrutar los vecinos. Entre los alumnos se encontraba Manoli Martín, que contaba casi con 20 años cuando se inscribió en la escuela de mayores para sacarse el graduado escolar.
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«Con la primera escuela del barrio muchos vecinos matricularon a los más pequeños, pero no ocurrió lo mismo con los adolescentes, más reacios a aprender», recuerda Manoli, que se inscribió en la escuela no sólo para aprender, también para dar ejemplo e incentivar a los jóvenes del barrio a llenar las aulas.
Este fue de los primeros voluntariados que hizo Martín, después vinieron muchos más de teatro, folklore e incluso el que aún realiza en la cárcel. Una labor que le mantiene activa ya que no sabe hacer otra cosa que no sea ayudar a los demás.
Antes de asistir a las clases de adultos Martín participó en obras de teatro y festivales de folklore con el grupo 'La Jara', del que forma parte. «Fue un voluntariado que se inició desde la parroquia de la Asunción. Con el dinero que obteníamos de los festivales ayudábamos a la gente del barrio que no podía ir a la escuela porque su situación era peor», cuenta.
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Gracias al activismo conoció a su marido y padre de sus tres hijos. «La capacidad de ayudar es un compromiso que me enseñaron mis padres y que he tenido la suerte de compartir con mi hermana, mi marido y mis hijos».
«Siempre he querido prosperar desde aquí. He querido prosperar mi vida desde el Gurugú para hacerlo crecer»
El apoyo de su familia ha sido fundamental en la vida de Manoli para que esta haya podido hacer lo que le gusta en la vida, el voluntariado.
Con 23 años fue a Madrid. Allí siguió un curso de desarrollo comunitario y compartió experiencias con otras 36 mujeres. Esta formación le llevó a crear el Centro de Promoción de la Mujer en el Gurugú, desde el que luchó junto con otras mujeres porque la instalación de luz, agua y alcantarillado en su barrio fuese una realidad. «Mucha gente se iba a otros barrios de Badajoz o me decía que me fuera, pero yo siempre he tenido claro que he querido prosperar mi vida desde el Gurugú, para hacerlo crecer».
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Más allá de la alfabetización o la promoción de la mujer a ella le preocupa cómo gestionar el tejido asociativo de la zona. Por ello participa también en la comisión comunitaria de salud, una entidad que agrupa a todos los colectivos de la zona norte de la vía. «La salud no es sólo la carencia de enfermendad, está también la salud psicológica, social y seguridad ciudadana. Desde aquí trabajamos todo lo que nos atañe a todos los colectivos», destaca la voluntaria. A lo largo de su vida ella ha luchado por hacer que su barrio prospere, pero en las últimas décadas el realojo indiscriminado ha deteriorado la zona. «Muchos se han marchado y cada vez que alguien se va del Gurugú es como si a mi me arrancasen el corazón», zanja.
Voluntariado con presas
Sus ganas de ser útil y ayudar le llevaron junto con su amiga Antoñina a formar parte de la Universidad Popular, de donde dio el salto a la cárcel, un lugar en el que lleva décadas ayudando a las mujeres a la promoción laboral para que cuando salgan libres, tengan capacidad y formación para buscarse un futuro mejor. «El perfil ha cambiado mucho en las últimas décadas. Hay personas estupendas que no deberían haber ingresado nunca, y hay gente fuera que debería entrar pero nunca lo hará», razona. Las visitas que realiza a prisión los jueves y domingos le han ayudado a ver la vida de otra manera. Su mayor satisfacción la encuentra cuando sale a la calle y coincide con alguien que ha sido capaz de rehacer su vida.
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Más allá de la ayuda, a Manoli también le gusta divertirse, por eso se inscribió al grupo Scout Pedro de Valdivia, con el que ha realizado excursiones hasta que hace poco una lesión en la pierna le impide subir a la montaña.
Un viaje a Nicaragua de su marido, Ricardo Cabezas, como cooperante le llevó a ella hasta el país latinoamericano, al que han viajado juntos seis años consecutivos. «Allí trabajamos con una comunidad, nos integramos en su cultura y les ayudamos».
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El deseo de Manoli es volver dentro de poco ya que la covid se lo ha impedido. Mientras ellos intentan volver han podido disfrutar de la estancia de algunas de esas familias aquí, hasta que esta oportunidad vuelva a presentársele Manoli pasa el verano en el campamento urbano de la parroquia de San José.
Entre niños, mujeres o presos ha pasado Manoli su vida, rodeada de personas que han necesitado de una mano o unas palabras de alivio para sostenerse y que Martín siempre ha ofrecido.
Su vida la ha dedicado a los demás, pero no por ello ha dejado atrás a su familia que la acompaña en todo momento y a quién ha transmitido sus valores, como su madre y su hermana hicieron con ella. A esta mujer no le queda nada por hacer, salvo conducir, el miedo al volante no se lo ha permitido, pero esto no le ha impedido estar con quienes la han necesitado.
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