Veranear en el pueblo
Viajeros. El coronavirus nos ha demostrado que lo moderno no es ir a Maldivas, sino a Ceclavín
Cuando hace un año contaba mi proyecto de veraneo, mis colegas se reían de mí. ¡Jopé, qué viajes más exóticos te pegas!, exclamaban cuando les detallaba mi circuito combinado por El Burgo de Osma, Catalañazor y la sierra de los Cameros. Si tenía el día inseguro y me justificaba, era todavía peor. «Es un viaje apasionante, se mezclan las rutas del Cid y de Almanzor con los pueblos cameranos de donde tantos riojanos vinieron a Cáceres», explicaba y el pitorreo era descomunal: «Hombre, dónde va a parar, cómo se va a comparar el pueblo donde Almanzor perdió el tambor con una playa caribeña y donde esté un torrezno soriano que se quite una rave ibicenca», me vacilaban con muchas risas.
Publicidad
Desde hace unos años, mientras mis colegas, mis amigos y mis parientes veraneaban con Ryanair, servidor combinaba unos días en pueblecitos perdidos de España o Portugal, una semanita en la ciudad gallega donde viví 20 años y un remate final en Ceclavín, durmiendo con el croar de las ranas y despertándome con el sonsonete del abejaruco. «Estás mayor», me decían. «Y aburrido», me remataban, pero yo me mantenía en mis trece de viaje en coche con familia, bocatas siempre dispuestos y una capacidad de asombro que me llevaba a extasiarme ante el instituto soriano donde dio clase Machado, a emocionarme al descubrir el pueblecito (Montenegro de Cameros) de donde vino a Cáceres el primer banquero de la ciudad, José García Carrasco, a quedarme boquiabierto al entrar en el museo judaico de Belmonte y reparar en la lista de sefardíes que se establecieron allí huyendo de Extremadura.
Para consolarme, me dicen que hago turismo vintage, aunque detrás del consuelo rebuscado siempre he adivinado un fino cachondeo. Terco y cabezota, me he mantenido en mis trece y llevo años viajando al estilo años 70. Este verano, por ejemplo, además de Ceclavín y Vilagarcía de Arousa, planeaba recorrer la Estrada Nacional 2 portuguesa desde Chaves hasta Faro. Esta carretera nacional es una especie de columna vertebral de Portugal. Va por el interior del país de norte a sur y hay varios libros de viajes dedicados exclusivamente a esta EN2 que esconde las esencias de Portugal. Planeaba, en fin, puro exotismo tropical: los amigos en Galicia, mis padres en Ceclavín y una carretera en Portugal. Pero, ¡ay!, esta vez todo va a ser distinto porque resulta que el coronavirus va a poner de moda el turismo de los años 70, o sea, menos Ryanair y más viajes familiares en coche con maletas, nevera y destino cercano. Excursiones de botijo, sombra y siesta. Veraneos sanos en busca de lugares recónditos donde la pandemia solo haya sido una cosa que contaban en televisión y excitaba a los políticos.
Llevo años abogando por ese veraneo tranquilo, barato y sano, pero ahora, mi turismo vintage ha sido bendecido por la Universitat Oberta de Catalunya, cuyos expertos pronostican un frenazo al turismo globalizado, que, parece ser, movía cada año a nueve millones de viajeros en busca de lugares cuanto más exóticos y alejados mejor, para impulsar un turismo responsable, prudente y seguro.
Se va a invertir mucha publicidad invitando a seguir moviéndose por el mundo, pero bastará reparar en cómo el virus llegó a Europa por avión para que el miedo, a veces sabio consejero, se imponga, la sostenibilidad prime y la higiene triunfe. Si otros veranos el turismo paisano traía a Extremadura a 800.000 personas, ya podemos prepararnos para la avalancha de este mes de agosto. Los turistas vintage nos estábamos adelantando a los tiempos. La pandemia ha demostrado que lo moderno no era ir a Maldivas, sino a Ceclavín.
Primer mes sólo 1€
¿Ya eres suscriptor? Inicia sesión