La mejor ciudad secreta de España
Trío de ases ·
Los medios destacan que en Cáceres sorprenden el Vostell, Atrio y el HelgaJ. R. ALONSO DE LA TORRE
CÁCERES.
Martes, 2 de marzo 2021, 07:41
Cáceres no tiene río, pero posee una ventaja que no tiene la mayoría de las capitales de provincia españolas: se puede ver desde lo alto, ... observarse a vista de pájaro, abarcarla por completo con la mirada sin necesidad de volar en globo, avioneta ni parapente. No es fácil admirar la capital donde vives desde las alturas. En la Ruta de la Plata, es algo que solo se puede hacer en Oviedo y en Cáceres. Las demás capitales pueden verse panorámicamente desde lejos. Cáceres se ve prácticamente desde encima.
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Desde lo alto, las ciudades parecen mejores, más importantes y cosmopolitas. Puedes contemplarlas en conjunto, elevándote por encima de las mezquindades e intrigas de provincias. Es como si bastara subir para alcanzar altura de miras y tener vocación de universalidad, abstrayéndote de la mediocridad de la anécdota.
Cáceres, en realidad, lo que tiene es una montaña, solo una, y por eso la hemos convertido en topónimo con nombre propio: la Montaña. Tenemos también una sierrilla, unos cerros y alguna colina como Arropez, a la que, desde que se han fijado en ella los sacerdotes budistas, llamamos monte para darle categoría. Pero todas esas son alturas menores desde las que se tienen vistas sesgadas.
Llamar montaña al monte que corona Cáceres no deja de ser una exageración, al fin y al cabo, según mi reloj, que es muy listo, solo tiene 498 metros de altura. Si asciendes un poco, llegas a los 500, pero los cacereños nos quedamos en los 498 porque es en esa cota donde está enclavado el santuario de la patrona y donde se yergue la imponente figura del Sagrado Corazón de Jesús, que algunos turistas incautos confunden con la Virgen.
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Paradójicamente, los cacereños admiramos extasiados nuestra ciudad desde tan santificada altura con ínfulas de diablos, es como si Lucifer nos tentara: «Todo esto te daré». Y lo aceptáramos. 498 metros son una nimiedad, pero a nosotros nos parece la altura perfecta. ¿Para qué queremos más si desde ahí ya vemos todo lo que amamos a vista de pájaro y vituperamos a ras de suelo?
Porque los cacereños, en cuanto bajamos de la Montaña y nos sumergimos en la cotidianidad urbana, empezamos a criticar lo que nos rodea. Es una actitud muy propia de provincias esa de fustigarte frustrado porque te gustaría vivir en NY, en LA o, cuando menos, en Valencia. Pero no, habitas en una ciudad pequeña y no te quejes porque si es Cáceres, puedes ascender, elevarte y disfrutar de un chute de trascendencia.
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El viernes pasado, contemplando el nuevo Museo Helga de Alvear desde las alturas, pensé que ese agobio de ciudad pequeña y poco emocionante que nos derrota a ras de suelo es un espejismo tan irreal como el que tenemos al subir a la Montaña, a vista de pájaro. Leyendo después revistas y periódicos de grandes ciudades españolas, reparé en cómo nos ven desde fuera. Aseguran que si se hiciera una lista de ciudades secretas y pequeñas capaces de sorprender, Cáceres estaría la primera, por delante de Salamanca, Santiago o Toledo. En todas ellas hay arquitectura monumental, que las convierte en patrimonio de la humanidad, y algún museo interesante, pero en ninguna existe una tripleta de ases tan extraordinaria como en Cáceres. A saber: el restaurante Atrio, el Museo Vostell y el Museo Helga de Alvear. A ras de suelo también tenemos gracia.
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