¿Qué ha pasado este viernes, 5 de diciembre, en Extremadura?
Cola ante la tienda del Cacereño el 6 de junio. ESPERANZA RUBIO
Un país que nunca se acaba

La épica de las colas

Ascenso del Cacereño. Han vuelto las colas y eso quiere decir que la ciudad recupera la felicidad

Los cacereños las hemos vuelto a hacer. Me refiero a las colas. En esta ciudad, si hay cola, es porque sucede algo bueno. Hemos eliminado ... las colas del pésame, informatizado las del paro y aligerado las del hambre a base de buena organización para entregar los paquetes de comida. Ya solo nos quedan las colas animadas de los conciertos, las colas ilusionadas de quienes se matriculan en una carrera, las colas de buen tono ante las taquillas de los teatros y, fundamentalmente, las colas deportivas.

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El mismo día que se abría el plazo para hacerse socio del Cacereño, se formó una cola inmensa ante la tienda del club. Aquello no tenía un sentido práctico: si se quería renovar el carnet, se podía hacer hasta el 5 de julio y si uno quería hacerse nuevo socio, hasta después de ese día no se podía escoger asiento. No había ninguna prisa, no hacía falta perder la tarde en la cola. ¿Pero quién ha dicho que en Cáceres se hacen colas deportivas por pragmatismo y lógica? No, las colas nos gustan porque en ellas nos emocionamos, imaginamos la temporada siguiente y nos embarga la euforia. Son nuestro ritual de la felicidad colectiva.

La cola del viernes 6 de junio en la calle Santa Joaquina de Vedruna era una aglomeración de aficionados entusiasmados ante la perspectiva de una temporada emocionante: imaginaban que por alrededor de 200 euros iban a disfrutar de una montaña rusa de sentimientos, de la resignación a la euforia, del pesimismo a la gloria. Es decir, lo que hemos sentido en este play off inolvidable de goles salvadores en el último segundo y gradas a reventar.

El deporte de equipo es comunitario o no es. Los triunfos en estas ciudades pequeñas son un chute de autoestima colectiva. Porque no eres más importante por tener 100.000 o 300.000 habitantes, sino por tener un equipo en 1ª RFEF, en 2ª o en 1ª. Eso supone autobuses de hinchadas visitantes, buen fútbol, organigrama profesional, empleo, comercio, hostelería… Entre el millón y medio de presupuesto y algo más de medio millón para arreglar el césped, el Cacereño rondará los dos millones de euros y en Cáceres no hay muchas empresas con ese poderío.

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Cuando el Cáceres CB ascendió a la ACB, recuerdo haber ido a hacer cola a las siete de la mañana a Deportes Mostazo, en la calle San Pedro, para comprar la entrada del Cáceres-Joventut de Badalona. Y esa primavera de 1992, fui feliz en las colas que rodeaban el pabellón desde dos horas antes de que empezaran los partidos del ascenso. Por eso entiendo que determinadas colas sean mentalmente confortables.

Casi todo lo que nos gusta cuesta conseguirlo. Y la cola es un esfuerzo que nos permite valorar más el premio: un asiento en el estadio, una temporada jugando contra clubes de ciudades que nos triplican en población (Murcia, Alicante, Tenerife), incluso buen fútbol, pero hasta eso, que debería ser lo más importante, es lo de menos porque la vida de hoy es más emocional que racional, ya sea en política, ya sea en deporte. Solo reaccionas si una proeza te pellizca el estómago y el Cacereño ha pellizcado donde más bienestar provocaba.

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Este ascenso ha sido más valorado no solo por la hazaña en sí, sino por cómo se ha conseguido: derrota y humillación en los partidos de ida, llenos como nunca en los partidos de vuelta, colas para sacar la entrada, colas para aparcar a un kilómetro del estadio, colas para cruzar la carretera por el puente elevado rodeados de policías, colas para ir al baño en el descanso y colas para salir del estadio. Desde los tiempos de la ACB, sabemos que si hay colas, hay alegría. ¿Quién es el último?

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