Nuestra Diada es un puente
Error patriótico ·
Dejarnos sin el acueducto del 8 de septiembre ha sido una decisión inauditaA los extremeños nos gusta mucho celebrar el Día de Extremadura. Interesan poco los actos institucionales y lo de las medallas solo provoca algún comentario ... cuando se conocen los galardonados. Lo que de verdad nos gusta del Día de Extremadura es que podemos hacer puente. Para nosotros, es la última fiesta del verano, la última posibilidad de tener vacaciones y salir con la familia antes de que empiece el colegio. Y lo aprovechamos, ¡vaya si lo aprovechamos! En otras autonomías nacionales, puede parecer poco serio eso de irse de viaje en lugar de participar en las ceremonias patrióticas, pero no se engañen, también es identitario irse de puente a Isla Crtistina.
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Antes no había Día de Extremadura y el verano acababa con las fiestas de la Virgen, del Cristo o de San Miguel. Ahora acaba con el puente en torno al día de la región. Nada más institucionalizarse esta fiesta, se incorporó al folclore regional y a nuestras tradiciones. En pocos años, la asumimos y la celebramos. Eso sí, a nuestra manera: descansando, organizando comidas camperas, viajando. La convertimos en la frontera entre el verano y el principio del curso político, escolar, empresarial o cultural y la disfrutamos a lo grande.
En Extremadura, nuestro día propició un dicho popular: «Hasta después del puente del 8 de septiembre no hay nada que hacer». Y gran verdad es porque, como cualquiera puede comprobar, ya es imposible aparcar en el centro de las ciudades, el tráfico se ha multiplicado, las aceras están llenas y han vuelto las colas a las carnicerías. Antes del puente del 8, todo era tranquilidad y desahogo en las ciudades mientras la vida intensa seguía en nuestros pueblos. Después del día 8, las playas se han vaciado de extremeños, los pueblos han recuperado la paz rural y el frenesí ha retornado a la ciudad. Bueno, un frenesí relativo, que ya se sabe que en Extremadura la prisa es más bien un concepto, una excusa, una presunción.
Hay tiendas en mi barrio que no cierran el sábado de Semana Santa, no hacen vacación el puente del 15 de agosto ni el acueducto de la Constitución y la Inmaculada. Sin embargo, llega el Día de Extremadura y cuelgan el cartel de cerrado por descanso. Es una costumbre, una tradición, una querencia natural: el cuerpo y la mente se han acostumbrado a respirar tras los calores y exigen una pausa tradicional y patriótica: descansar el día de la región.
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Nuestro nacionalismo es así, más placentero que reivindicativo, más de descansar que de homenajear a ningún héroe ficticio, como hacen hoy en Cataluña con su Diada en honor de un invento llamado Rafael Casanova, que lideró la lucha por la «¡llibertat de tota Espanya!» de los austracistas barceloneses, y también castellanos y de Alcalá de Henares, contra los borbónicos de Tarragona y de otros lugares de España, pero nunca una lucha de España contra Cataluña.
Nuestro Día de Extremadura es tan de aquella manera que honra a una Virgen que pertenece a Toledo. Nuestro nacionalismo es de puente y excursión. Pero llevo todo este artículo escribiendo la palabra puente y resulta que este año de puente nada de nada. En lugar de trasladarse el día 8 del domingo al lunes, se prefirió hacer festivo el Martes de Carnaval, cometiéndose un error mayúsculo y patriótico. Los tenderos han cerrado el sábado, pero este año solo han podido disfrutar dos días de su descanso favorito. El Martes de Carnaval es una fiesta local, no regional. El puente del Día de Extremadura es una fiesta «nacional» tan importante como un himno, unos discursos y unas medallas. Menos mal que el año que viene el 8 de septiembre cae en lunes.
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