Carmen Sánchez, la médica que receta abrazos
Médica de urgencias, medalla al mérito del Colegio de Cáceres
María Isabel Hidalgo
Lunes, 5 de junio 2023, 07:44
La maqueta de un esqueleto que su padre le regaló a los 11 años fue el primer contacto que Carmen Sánchez Alegría tuvo con el ... mundo de la medicina. «Tener eso a esa edad era lo más parecido a ser médico, era como tocar el cielo», recuerda la doctora Alegría, como la conocen sus pacientes del centro de Salud de Plasencia.
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Una sensación similar es la que sintió hace unos días al conocer que el Colegio de Médicos de Cáceres, donde llegó para colegiarse hace 32 años con un coche prestado, le ha otorgado la Medalla al Mérito colegial por su labor. «Lo último que se me pasaba por la cabeza era que 32 años después me iban a hacer este reconocimiento», asegura.
Con más de treinta años de carrera a sus espaldas y este reconocimiento, Carmen recuerda que nunca quiso ser otra cosa en la vida. «Solamente he tenido claro que quería ser médico, con cuatro años ya estaba convencida. Recuerdo que cuando yo iba a la consulta por anginas o por una gripe ya observaba como trabajaban los doctores porque me quería parecer a ellos».
«Da igual si lleva bata blanca o plumas, cualquier persona que ayuda al paciente desde el amor le empuja a sanar»
Pero la doctora Alegría no observaba a cualquier médico, se fijaba en los que sonreían o la llamaban por su nombre. También en los que explicaban las cosas con palabras sencillas, porque eran los que le hacían sentir segura. Este trato que recibió en su infancia como paciente ha sido del que se ha nutrido para atender a los suyos, que según cuenta han sido sus verdaderos maestros en la profesión.
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Su primer aprendizaje lo tuvo cuando llegó a Las Hurdes desde su Salamanca natal. «Los pacientes bajaban en burro desde las alquerías, era otro mundo. Estar allí me sirvió para aprender muchas cosas».
Todo lo que aprendió de los hurdanos era muy diferentes a lo que aprendió en la universidad.
«Había soñado tanto con llegar allí, que cuando entré en medicina llegué como el caballo de Atila, pisando fuerte». Pero no le dio lo que ella esperaba, aprendió anatomía, bioquímica o fisiología, pero no le enseñaron como dar malas noticias, como se debe acompañar al paciente cuando está en el final de su vida o a gestionar la muerte. «La muerte para un médico es casi como un fracaso terapéutico y no enseñan nada de humanización en las universidades», explica.
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Cuando comprendió que por mucho interés que tenga en ayudar a los pacientes hay cosas que no están en su mano. «Hay cosas que se nos escapan y ahí es dónde comencé a indagar otras vías».
La búsqueda de otros métodos de sanar le llevó por países de todo el mundo para aprender otras vías de sanación. Así se acercó a la cultura tibetana, a la de los chamanes del Amazonas o a la china. «Da igual si lleva bata blanca o plumas, cualquier persona que ayuda al paciente desde el amor le empujar a sanar».
A base de amor Alegría ha conseguido ayudar a sus pacientes. «Estamos muy acostumbrados a convivir con el sufrimiento y hay personas que necesitan que les demos la mano, le escuchemos y les sonriamos».
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Por eso en sus recetas no faltan los abrazos. «Prescribo toda la medicina que haga falta, pero también doy abrazos porque le cambias la vida al paciente. Hay muchos que viven solos y esto le hace enfermar porque carecen de ilusión».
Con la covid tuvo que dejar de abrazar a los pacientes y aprendió a acompañarlos a través de los gestos y las palabras.
Carmen explica que hay que ser muy respetuoso con el paciente cuando está en la última etapa de la vida y acompañarle hasta que este lo permita. «Cuando no puedas curar al menos acompaña», relata.
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A dar malas noticias aprendió a través de la muerte de su madre. «Me sentí muy culpable como médico cuando mi madre falleció porque no entendemos que ser médico no nos da la capacidad de convertir a tus seres queridos en inmortales».
Aunque las urgencias no le permitan hacer un seguimiento continuado de los enfermos, el tiempo que lleva en el centro de salud le permite conocer su evolución. Las urgencias para ella le otorgan conexión con la vida y pese a que ahí llegan todo tipo de casos, comenta que el estrés, la angustia o la ansiedad son las mayores causas por las que atiende pacientes a diario. «Tenemos una sociedad de prisas, hemos perdido la capacidad de atender y parar». Como consecuencia de esto se están medicalizando cosas tan normales como tener un examen o dejar una relación, comenta.
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Esta capacidad de atención le ha llevado a dar cursos y conferencias por diferentes centros y universidades que asegura, son un reto para ella.
Llegó a la región hace más de treinta años y asegura que se siente extremeña. «Uno tiene que tener el corazón donde tiene los pies. Tengo aquí a mis amigos, mi marido, mi trabajo, aquí me he desarrollado»
Desde su puesto como médico de urgencias seguirá trabajando porque la medicina evolucione y sea más que un diagnóstico. «Hemos avanzado en terapias y diagnósticos pero se nos ha olvidado la faceta humana».
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