¿Qué ha pasado este viernes, 5 de diciembre, en Extremadura?
Juan Puente con su antigua bicicleta. «Ahora tengo 6 o 7», dice. HOY

Los 23.000 kilómetros de Juan en bici para ir a clase

Juan Puente, natural de Valverde de Llerena, recuerda cómo hacía 34 kilómetros a diario para ir al instituto, un esfuerzo que hace 50 años sus profesores le compensaron comprándole una moto

Domingo, 29 de mayo 2022, 08:00

En las fiestas locales de Valverde de Llerena, en septiembre de 1972, un joven con una bici de carreras flamante estaba destinado a ganar la ... competición local de ciclismo. Llevaba una bici de profesional, iba líder, pero a doscientos metros de la meta había un repecho donde fue superado por otro ciclista que montaba una Orbea con freno de varillas, mucho más pesada y menos competitiva. En ella iba Juan Puente Parra. Hoy tiene 66 años, pero en aquella época iba y venía al instituto de Azuaga pedaleando diariamente, sábados incluidos. Eran 34 kilómetros seis días a la semana por caminos y carreteras comarcales, lo que inevitablemente lo convertía en el ciclista más en forma de aquella vuelta para aficionados.

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Pero su historia no es deportiva sino de superación y constancia, tal y como reflejaba el columnista de HOY Juan Francisco Caro el pasado viernes en su artículo titulado 'La cultura del esfuerzo'. En un párrafo se habla de Juan Puente. La prueba inequívoca de que él debe figurar bajo ese título es una noticia del 1 de febrero de 1972 de este diario. El titular era este: 'un alumno del instituto recorrió durante tres años más de 23.000 kilómetros en bicicleta'. Y debajo una foto suya a horcajadas sobre una Ducati junior 50. 'Ahora los profesores le han hecho entrega de una motocicleta'.

«Quería seguir estudiando»

Recién jubilado, con dos hijas, una nieta de cuatro años y afincado en Barcelona, adonde emigró solo y con 17 años porque no había trabajo en Extremadura, Juan Puente atiende a este diario por teléfono 50 años después y se emociona varias veces rememorando aquella época rescatada en el citado artículo.

«Sí, es verdad, ahora no hay la misma cultura del esfuerzo. Yo entonces es que además tenía mucho amor propio. Mi padre estaba ausente, y mi hermano mayor y yo y ayudábamos a mi madre con labores del campo. Yo además quería estudiar y me dieron una beca de transporte de 6.000 pesetas para ir al instituto de Azuaga once niños y tres niñas. Íbamos en furgoneta por una carretera llena de piedras, pero al año siguiente el único que aprobó era yo, renové la beca, pero al transportista ya no le salían las cuentas con un niño solo. Mi madre me dijo que lo dejara, pero yo quería seguir estudiando y le propuse comprar una bici con el dinero de la beca. Ella me decía que cómo iba a hacer 17 kilómetros de ida y otros 17 de vuelta cada día, sobre todo en invierno, pero terminamos comprando una Orbea roja. La verdad es que pesaba un montón con los libros, la comida, el abrigo y todo».

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Según recuerda, lo peor no era el ejercicio físico que se obligaba a hacer diariamente, tampoco la peligrosidad de ir en bici porque en los setenta apenas había tráfico en su trayecto. «Lo peor era la situación de penuria que teníamos en mi casa (se emociona), y luego que si llovía pues en la bici se pasaba mal, por eso en el instituto me dejaban ponerme cerca del radiador. Otras veces, cuando llegaba el invierno también era duro salir y volver de noche, pero iba, eso no me bajaba la moral. Iba distraído repasando mentalmente la lección o incluso me retaba a mí mismo hasta que conseguí subir sin manos las cuestas que había».

En ese ir y venir a clase pedaleando recuerda varias anécdotas. Desde mastines que le salían al paso y a los que ahuyentaba haciendo el gesto de coger una piedra del suelo a un día de nevada en el que el sacerdote le buscó un coche que se dirigía a Azuaga. «¡Era un coche de muertos, un coche fúnebre, y ahí me metí yo y conseguimos meter la bici para regresar luego». Tampoco olvida a quien lo ayudaba frecuentemente: «Manolo Otero, panadero del pueblo, tenía una furgoneta y si me veía me recogía, póngalo».

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Y emigró solo a Barcelona

Juan usó ese medio de transporte durante más de dos cursos y los profesores apreciaron ese esfuerzo por conseguir terminar el bachillerato cuando la mayoría de su generación abandonaba los estudios para trabajar. «Estaba en tercero y para la fiesta de Santo Tomás de Aquino, que es en enero, insistieron mucho en que fuera, tanto yo como mi madre. Parece que era vox populi, pero yo debía de tener una venda en los ojos, el caso es que estábamos en el salón de actos, me llamaron, subí y ahí había una moto blanca para mí, una Ducati junior 50 sin marchas. Me la entregó don Luis Silgo Otero, el director, pero estoy agradecido a todos los profesores, como la señorita Lolita, secretaria, y otros más». La moto la conserva de recuerdo en su casa de Valverde de Llerena. Con ella hizo tercero y cuarto de Bachillerato, pero la realidad seguía siendo dura en aquella Extremadura rural.

Con su nieta Helena en la moto Ducati que le regalaron sus profesores en 1972. HOY

«Ahora se habla de las pateras, que en mi época tenían ruedas, pero era lo mismo, para irse a buscar una vida mejor. Recuerdo un verano con 17 años arrancando garbanzos en las tierras de Azuaga que llegó una empresa del norte para desmontar la vía del tren. Trabajé con ellos tres meses, a principios de septiembre seguí con la vendimia en Almendralejo, pero tenía una maleta hecha porque aquella empresa del norte iba a necesitar más personal, pero nunca vinieron a por mí y aproveché que ya tenía la maleta para irme a Barcelona solo en autocar. Tenía algunos planes para seguir estudiando, pero sin familia allí de apoyo se truncaron todos. Empecé trabajando en un restaurante, luego me hice oficial primero de albañil, pero con la crisis en 2010 volví a la hostelería y me jubilé», cuenta este abuelo cuyas hijas, de 39 y 29 años, tienen una carrera universitaria y un grado de ciclo superior. Una es funcionaria. «Yo reo que ahora no existe el esfuerzo de antes porque las condiciones son otras, y aunque a ellas no les he repetido aquellas historias mías en bici, sí he tratado de que no vivan entre algodones e inculcarles el valor del esfuerzo».

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