Una mujer en un universo de hombres
Mercedes Galindo Molano | Conductora de autobuses urbanos en Badajoz
Antonio J. Armero
Lunes, 19 de diciembre 2016, 08:14
De pequeña, Mercedes Galindo tenía claro que quería ganarse la vida igual que lo hacía su padre. Pero se decía a sí misma que era imposible, porque ese trabajo estaba reservado a los hombres. Sin embargo, la hija de Félix Galindo, el conductor del microbús del polígono en Badajoz, lo consiguió. Y durante unos años, padre e hija formaron parte de la plantilla de Tubasa (Transportes Urbanos de Badajoz). «Cada vez que coincidíamos trabajando y nos cruzábamos en alguna calle -recuerda ella-, casi rozando los espejos, cada uno conduciendo un autobús, yo le miraba y se le veía al hombre que iba anchísimo, orgulloso de su hija, porque a él le encantaba que yo fuera conductora de autobuses, como él».
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ALGUNOS DATOS
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Biográficos.
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Tiene 48 años. Está casada y tiene dos hijos. Nació en Aragón, adonde habían emigrado sus padres, nacidos en Extremadura. Cuando ella tenía seis años, la familia volvió a Badajoz, donde vive desde entonces.
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uLaborales. En abril hará 19 años que empezó a trabajar en Transportes Urbanos de Badajoz.
A él le gustaba y a ella también. A Mercedes Galindo se le nota mucho que le encanta su trabajo. Ahora lleva las líneas 7 (Las Vaguadas-Universidad) y 9 (San Miguel-pabellón polideportivo de La Granadilla) de los autobuses urbanos de Badajoz. Hace lo que siempre quiso hacer. Y lo que lleva en la sangre. «Mi padre Félix, ya fallecido, fue conductor de autobuses, mi tío Juan también lo fue, y mi hermano Félix entró en Tubasa un par de años después que yo», cuenta ella, a la que contrataron hace casi 19 años. No hacía ni un mes que se había sacado el carné para conducir autobuses, un trámite que se retrasó unos años por culpa de la ley. Nada más cumplir la mayoría de edad, Mercedes planteó en casa que quería sacarse no solo el permiso para conducir turismos, sino también el de autobuses. Su padre fue con ella a la autoescuela, donde la idea de que una chica tan joven quisiera examinarse del carné de autobuses no fue demasiado celebrada. «Mi padre se puso serio e insistió en que me ayudaran, pero no valió para mucho, porque la ley de entonces obligaba a esperar a que tuviera 21 años».
Al final, esperó esos tres años por obligación y otros cuantos por circunstancias de la vida. «Conocí a mi marido, tuve a mi hijo, y siendo el niño bien pequeño decidimos llevarle a la guardería para que no se enmadrara más de lo que ya estaba y para que yo aprovechara ese tiempo para intentar sacarme el carné de autobús».
A la primera
Dicho y hecho. Empezó a ir a clases, junto a cinco chicos. «Y al principio fue horrible», rememora Mercedes. «Todo lo que teníamos que estudiar las primeras semanas era sobre mecánica, y yo lo más que sabía era que una batería era cuadrada... Que si bielas, que si no se qué... Yo le decía a mi marido '¡Madre mía, dónde me he metido!'». No sería para tanto, porque dos meses después de empezar a prepararse, la joven pacense que quería tener el mismo trabajo que su padre se presentó a los exámenes y aprobó al primer intento tanto el de camiones -requisito previo obligatorio- como el de autobuses. «Por entonces se daban cuatro prácticas antes de hacer la prueba para camiones, y cuatro de circulación en recinto cerrado y cuatro en la calle para el de autobuses».
Mercedes lo recuerda todo con detalle. Incluidos los episodios que le hacían recordar que era una mujer en un universo tradicionalmente de hombres. «Me acuerdo de la anécdota que me ocurrió un día, mientras conducía la ruta del hospital Infanta Cristina a la estación de autobuses». «Estaba parada en la puerta de la estación -continúa-, con las puertas del autobús abiertas y esperando a que los pasajeros fueran montando». Uno de los que se iba a subir al autobús era un señor mayor, que al ver a una mujer a la puerta del autobús, con el aspecto de ser la conductora, se detuvo. «Se paró delante de mí y me dijo 'Pero... ¿tú?, y yo le dije que sí, que era yo la conductora, y el hombre decidió que no subía, y ahí se quedó, esperando al siguiente autobús».
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Tampoco ha olvidado los modos de algunos hombres al entrar al autobús y ver a una mujer al volante. «Me ponían las monedas dando un golpetazo, y lo que yo hacía era darles el cambio dando el mismo golpetazo sobre la mesa», explica Mercedes, que sin embargo, es tajante al afirmar que en ningún momento ha sentido la más mínima discriminación por razón de sexo entre sus compañeros. «Han sido siempre todos muy respetuosos, nunca he tenido ningún percance, siempre he sentido que me consideraban una compañera, como a los demás, sin distinciones». Así fue incluso cuando la presencia femenina en la plantilla era mucho menor que ahora. «Cuando yo entré en Tubasa había una conductora, que al poco tiempo se fue, y durante dos años fui la única mujer en una plantilla en la que había cien hombres», recuerda ahora Mercedes Galindo. En la actualidad son cuatro féminas en plantilla, más las eventuales.
Y ella, además, es de las que ha conducido «el gusano», como llaman al autobús articulado de dos piezas, el más largo de los que tenían -ya no los hay- en la flota de Tubasa. «Cuando entré en la empresa -cuenta-, desde el minuto cero tuve claro que mi siguiente objetivo era conducir 'el gusano', y lo conseguí». «Es más complicado de conducir, porque es más largo, y porque entran en él 150 personas en vez de 70», detalla la conductora, que no ha olvidado el día que la llamaron para ofrecerle conducir uno de esos vehículos. «Dije que sí sin dudar, pero la verdad es que ese día primer día de ponerme al volante de un 'gusano' no sabía ni dónde meterme, porque sabía que me iba a tocar conducir por la avenida de Suerte de Saavedra, donde había que hacer una maniobra complicada para dar la vuelta. Al final fue todo muy bien, y cuando a las once de la noche llegué a las cocheras respiré de tranquilidad».
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Esa vocación de entonces la mantiene intacta ahora. «Me lo paso muy bien en mi trabajo -dice-, y cuando haces algo que te gusta, todo es mucho más fácil».
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